El beso fue desmedido, salvaje. Toda la tensión que habían acumulado en estos meses se dejó ver. Franco la tomó de la cintura como siempre hacía en su necesidad de tenerla pegada a él, mientras Sarita se aferraba a su cuello como si la vida le dependiera de ello. Por primera vez la castaña tenía la mente totalmente en blanco, entregándose a sus sentidos para disfrutar lo que estaba ocurriendo.
Se besaron como nunca lo habían hecho, en un acto dulce pero apasionado, cargado de emociones que no se habían atrevido a demostrar con anterioridad. La espalda de Sarita pronto estuvo pegada al vehículo, las caderas de Franco aprisionándola contra la puerta. Sus cuerpos actuaban por si solos, como buscando al otro, desesperados. Nada era suficiente, sus manos buscaban piel desnuda, y en esa búsqueda es que Franco terminó con la camisa fuera del pantalón, las manos de la castaña acariciando por debajo de la prenda el abdomen tonificado del rubio.
Franco la tomó del cuello necesitado por sentirla cerca, por nunca separar sus labios de los de ella. Necesitaba a Sarita como si de aire se tratara, pero por más que juntaba sus cuerpos, no lograba satisfacer esa sed que su boca le provocaba. La abrazó más fuerte, su pelvis buscó más contacto pegándola aún más al carro lo que ocasionó que Sarita gimiera en el beso. Franco enloqueció al escucharla.
—¿Franco, es usted? —La voz de Eva hizo que se separaran apenas unos centímetros, pero con alerta en sus miradas.
Franco sabía que Sarita ahora saldría corriendo, por lo que actuó antes que ella. La tomó de la mano, y rápidamente la llevó hasta donde los focos no iluminaban, a tan solo unos pasos del umbral del portón que conducían a la casa. Escuchó atento los pasos de Eva, quien no se atrevió a caminar muy lejos de la entrada, y suspiró de alivio cuando se oyó el cerrar de la puerta.
—Sara, por favor no te vayas.
—Ya es tarde, Franco.
—Por favor... —La volvió a besar para hacerla olvidar la hora, para tratar de convencerla a que se quedara un rato más. Pareció funcionar.
Sarita lo besó de vuelta sin ganas de irse. Lo tomó con ambas manos de las mejillas, y acercó sus bocas aun más. Pelearon por tener el control, sin dan tregua al otro. Franco pronto cambió el rumbo, despegó su boca de los labios hinchados y enrojecidos de la castaña, y descendió por su mandíbula para finalmente besar su cuello con besos húmedos. Succionó un poco obteniendo de vuelta un gemido que lo volvió a poner loco, y no pudo evitar atraerla hacia él desde las caderas, frotando, sin querer, el bulto que se escondía en sus pantalones. Sarita volvió a gemir al sentirlo, y sus caderas con voluntad propia buscaron hacer contacto una vez más.
—Sara, sube conmigo —susurró Franco sin parar de besar su cuello. Uno de sus brazos la rodeó por la cintura, llevando su mano hasta el trasero de ella.
—No, no. No puedo.
—¿Por qué no? —El rubio volvió a juntar sus pelvis, totalmente entregado a sus bajos instintos.
—Juan está dentro. Y Eva... está despierta. Podrían... ¡Deja de distraerme! No puedo pensar con tu boca haciendo eso.
—Pero quieres —afirmó él sin hacerle caso a la petición de la mujer—. Quieres subir conmigo y continuar esto.
Sarita sopesó sus opciones. Sería la reina de las mentirosas si dijera que no quería, pero ella no era así. Le habían enseñado a ser desconfiada de los hombres, de sus intenciones, y le repitieron hasta el cansancio que debía entregarse solo al hombre que llamara esposo. ¡Pero lo deseaba con tanta fuerza! Su cuerpo se deshacía ante las caricias de Franco, y las rodillas le fallaban cada vez que sus labios se unían en esa danza que venían creando desde hace un tiempo.
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Un poco más cerca
Любовные романыSara Elizondo no soportaba a Franco Reyes, o eso estaba ensimismada en creer. La verdad era que no se podía resistir a esos ojos azules que le robaban el sueño, o a esos besos que siempre lograba robarle. Pero jamás admitiría eso ni así misma. Porqu...