Capítulo 22

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—¿Era algo urgente?— preguntó Sarita aún perezosa desde la cama, la sábana tapando solo de su cintura hacia abajo.

—Era Oscar. Están en tu hacienda...

—¿¡Qué!?— exclamó la castaña saltando de la cama.

—... Tuvieron que devolverse antes. Ya te contarán tus hermanas. —Se miraron unos segundos, la noticia aún asentándose en sus cabezas.

—Franco, tengo que irme.

—Lo sé —respondió él acercándose a Sarita—. No quiero, pero lo sé. —La abrazó brevemente y le dio un beso casto en los labios—. Tenía hermosos planes contigo en la ducha.

—Un degenerado, Franco Reyes. Eso es lo que eres. —Franco solo rio.


Sarita empezó a vestirse apurada, buscando con la vista la siguiente prenda. Cuando iba por las botas, se dio cuenta que Franco seguía parado en medio de la habitación con tan solo la bata puesta.


—Ponte pijama, al menos. No vas a bajar así, ¿o sí?

—¿No? —preguntó él sin saber cual era la respuesta correcta. Sarita lo miró con incredulidad, pero aún así queriendo reír. Agarró la camisa de él, que fue lo primero que encontró, y se la lanzó.

—Ponte algo.


El destino parecía a su favor luego de la mala pasada, pues como día domingo no había nadie cerca, los caballos ya atendidos hace un par de horas. Sarita agarró su lazo, que estaba encima de la montura, y se lo enganchó al cinturón. Luego prosiguió con ensillar a su caballo.


—¿No es más rápido si te llevo en el jeep?

—¿Y toparnos con Juan y Oscar cuando vengan de vuelta? No. Además Juan sabrá que le sobra un caballo, y lo importante es que no me vean aquí. Yo ya pensaré en algo para decirles a mis hermanas.


Una vez listo el caballo, Sarita lo sacó de las pesebreras, y sujetando el ronzal se giró hacia Franco. Él no tardó en acercarse y atraerla a su cuerpo por la cintura. Sarita apoyó las manos en su pecho, lo miró a esos ojos que le encantaban y lo besó.


—Gracias. Por todo. Hace tiempo no lo pasaba tan bien haciendo nada.

—Gracias a ti, por aceptar quedarte. Aunque no sé donde estaba usted, porque yo recuerdo haber hecho varias cosas.

—¿Dónde quedó el hombre tierno que me enviaba flores?


Franco la besó una vez más, una mano en el cuello y la otra aún en su cintura. Su lengua pidió entrar, y Sarita lo permitió con gusto disfrutando los últimos momentos con su amado. El beso rápidamente subió de nivel, y con sus cuerpos tan sincronizados no bastó mucho para que ambos desearan más.

Sarita siempre sensata, entró en razón cuando sintió algo en su cadera, algo con lo que se había familiarizado bastante en el último par de días.


—Ya, ya. Que se me va a hacer tarde.

—¿Te veo mañana? ¿En el lugar de siempre? —Sarita asintió sonriendo. Finalmente tomó las riendas junto al ronzal, pero cuando iba a poner un pie en el estribo, Franco la detuvo—. ¿Puedes subirte de un brinco? —Sara lo miró curiosa, con la pregunta en el rostro—. Me encanta cuando haces eso. — Y pues a Sara le encantaba darle en el gusto a él, por lo que agarrándose de la crin, tomó impulso y de un salto ya estaba arriba del caballo.

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