Había sido una semana fatal para todos en la hacienda Elizondo. Fernando y Sarita se pelearon por lo más mínimo, era claro que ya ninguno de los dos soportaba al otro, y a sus constantes encontrones a veces se sumaba Jimena o Norma, o ambas, provocando peleas descomunales en las que Gabriela también terminaba metida. Las dos hermanas menores cada día pasaban menos en casa para evitarse disgustos, y aunque a Sarita le hubiese encantando también desaparecerse unos días, el trabajo en la hacienda aumentaba con cada peón que a Fernando se le ocurría despedir.
Estaba tan cansada de esa situación. No entendía cuál era el afán de su mamá por meter un hombre en la casa, si ella era muy capaz de manejar la hacienda por sí sola. Pero claro, en los ojos de Gabriela, una mujer siempre necesitaría un hombre al lado para lograr cosas. Pero tampoco cualquier hombre, porque si a Sara le reclamaba por ponerse terca con Fernando, a Norma y a Jimena les tocaba escuchar el infinito odio que su mamá tenía hacia los Reyes.
—Mamá, ya deja de cuestionar cada cosa que decide Sara sobre la hacienda. Tú sabes mejor que nadie que es la más capacitada para ese puesto. Ni siquiera sé porqué pusiste a Fernando a cargo. No sabe nada de caballos ni de hacer negocios con ellos.
—Norma, no te metas en esto. Esta conversación es entre tu hermana y yo.
—¿Conversación? — interceptó Jimena—. Lo único que estás haciendo es regañarla por algo que sabes ella lleva razón.
—Pero Fernando no está de acuerdo.
—¿Y qué si no? —preguntó Sara—. Mamá, ¿De verdad no te das cuenta? ¿Acaso ni siquiera has ido a ver los caballos? No hay avance con su adiestramiento, a este paso no podremos presentarnos en la feria.
—Bueno, pero Fern-
—¡Suficiente con Fernando! —todas miraron a Jimena en silencio, la morena ignoró a sus hermanas y mirando a su mamá continuó—. Tú y papá trabajaron duro para construir esta hacienda, y ese hombre lo está destruyendo en apenas unos meses. Lo siento mucho, mamá, pero a este paso nos veremos obligadas a reclamar nuestra parte de la herencia antes que Fernando arrase con todo.
—Jimena... —susurraron Norma y Sara al mismo tiempo, ahora sí sin creer lo que hablaba su hermana.
—¿¡Serías capaz de esa traición!? —gritó Gabriela indignada.
—¡Es que estás siendo muy injusta! Ni siquiera consideras nuestra opinión con lo que pasa aquí, y sí, puede que Norma y yo no sepamos mucho, pero Sara sí. No solo de finanzas, sino que sabe tratar con los empleados, sabe de caballos, sabe hacer negocios. ¿Qué más buscas? ¿Qué puede aportar Fernando que Sara no sepa manejar? ¿Por qué estás empeñada en meter a ese hombre en todo?
—¡Porque se lo debemos! Tu hermana lo humilló de la peor form-
—¡Porque la obligaste a casarse con él en primer lugar! —la bofetada que Gabriela le dio a Jimena se marcó de inmediato en la mejilla de la morena. La menor de las hermanas la miró sin creerse las acciones de su mamá.
—Soy tu mamá y a mí me respetas. No me vuelvas a hablar así.
—Estás totalmente cegada. —Y sin más Jimena salió de la oficina, Norma y Sara detrás de ella sin pensarlo.
Llegaron al cuarto que compartían dos de las hermanas. Jimena, llorando por el coraje que le provocaba todo el asunto, se tiró a la cama dándole la espalda a Sarita y Norma sin ganas de seguir discutiendo.
—¿De verdad te estás planteando reclamar tu parte? —le preguntó la mayor de las tres.
—¿Acaso ustedes no? A este paso vamos a terminar en la calle, y yo sé que Oscar y Juan jamás nos dejarían vivir esa situación, ¿Pero qué va a ser del abuelo? ¿De ti, Sara? ¿Incluso de mamá? Cuando llegue ese momento Fernando se va a ir, porque estoy segura que él está aquí solo por el dinero y todo lo demás que gana viviendo en la hacienda.
—Mentiría si dijera que no he pensado en eso— dijo Norma sentándose al lado de Jimena—. Pero si llegamos a pedir nuestra parte, ahí si que mamá nos odiaría para siempre.
—No, no. No nos odia ahora y jamás podría odiarnos, es mamá.
—Pero contenta con nosotras no está. Si fuera por ella, nos hubiera casado a todas con algún hombre importante y estoy segura que si ese fuera el caso no tendría problemas en entregarnos las riendas de la hacienda.
Mientras las hermanas pensaban en eso, abajo en la oficina Gabriela aún no era capaz de calmarse, y Fernando que había escuchado todo, aprovechó para meter cizaña. Entró sin tocar y encontró a la viuda Elizondo llorando sentada en el sofá, con la mirada fija en la pared, perdida en sus pensamientos. Se sentó a su lado y le puso una mano en el hombro en un gesto empático.
—Gabriela, lamento tener que decirte esto, pero es momento que empieces a pensar en ti. No puedes dejar que tus hijas te traten así, y menos aun que traten de quitarte algo que te pertenece por derecho.
—Esto también les pertenece a ellas.
—¿Y de qué les sirve? No se van a quedar aquí para siempre, algún día se irán con los Reyes y te van a dejar sola.
—Pero Sarita no. Ella se va a buscar a un buen hombre, uno que la respete y acepte que le encanta el trabajo de hacienda.
—Yo no estaría tan seguro.
—Fernando, yo sé que Sara es una mujer difícil, pero algún día encontrará a alguien que la ame así. — El hombre se debatió si contarle a Gabriela o no que el novio de Sarita era el último de los Reyes, pero decidió guardarse esa información para otra oportunidad.
—Gabriela, piénsalo bien. A lo mejor deberías tomarte un descanso, unas vacaciones. ¿Qué dices?
—No me gusta viajar sola, y ninguna de mis hijas querrá acompañarme. Mi papá tampoco estará de acuerdo, apenas me dirige la palabra. No creo que sea buena idea.
—¿Y si te acompaño yo? —los ojos de Gabriela se iluminaron por completo.
Fernando admitía que ni siquiera había pensado en lo que le dijo antes de que esas palabras salieran de su boca, pero en verdad sonaba muy bien. Estaba claro que su plan anterior había sido un fracaso, y necesitaba idear otro rápidamente. Sospechaba que Gabriela siempre lo había mirado con otros ojos, y un viaje en conjunto podría ser la oportunidad perfecta para averiguar si era cierto. «Y si lo es, qué mejor manera de jugarles una mala pasada a esas tres. Seré el dueño y señor de estas tierras lo quieran o no».
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Un poco más cerca
RomantizmSara Elizondo no soportaba a Franco Reyes, o eso estaba ensimismada en creer. La verdad era que no se podía resistir a esos ojos azules que le robaban el sueño, o a esos besos que siempre lograba robarle. Pero jamás admitiría eso ni así misma. Porqu...