Franco abrazaba a Sara por la espalda, un brazo por abajo de su cabeza y el otro sobre su cintura. De manera inconsciente su mano acaricia la barriga de su amada, sus dedos formando figuras al azar. Sin querer se le vino a la mente ese hijo que perdieron, y pensó en cómo hubiese sido.
—¿Cómo te imaginas que hubiese sido nuestro bebé?
—Franco... —Sarita habló con advertencia en su tono.
—Yo me lo imagino idéntico a ti. Con tus ojos salvajes y tu cabello avellana. Probablemente tu nariz respingada, con pecas y todo. Tendría tu piel, definitivamente. Mucho más suave que la mía. —Franco se quedó en silencio unos segundos, esperando a que Sara se animara a responder. Cuando creyó que no obtendría respuesta, Sarita habló.
—Sería una niña. Y tendría tus ojos. —El ojiazul la abrazó un poco más fuerte, y hundió su nariz en la nuca de ella.
—Y tu sonrisa —continuó él—. Sería menuda como tú, y apuesto que heredaría el mismo temperamento. Nuestra pequeña demonio. —Franco rio con esto último, y cuando sintió el golpecito que le dio Sara en el brazo, no pudo evitar reír más fuerte.
—Es un insolente, señor Reyes. —El rubio le besó la mejilla, provocando una sonrisa en Sara.
—Sería la niña más linda de todo San Marcos. Tú tendrías que andar con la escopeta en la mano para espantar tanto baboso.
—¿Yo? ¿No es ese tu trabajo?
—Yo no tengo tu puntería, Sara. —La susodicha sonrió—. Ganas no me faltarían, en todo caso. De echo, ganas no me faltan ya. Cuando un hombre te mira con deseo, Sarita, me hierve la sangre.
—Ay, Franco. ¿Quién va andar mirándome?
—¡Cualquier hombre que no sea ciego! —Franco exclamó a la vez que giraba a Sara agarrándola de la cadera para quedar frente a frente—. ¿Acaso no has visto lo que generas entre tus peones? ¿Entre los míos? Te admiran como mujer, Sarita. —La castaña apartó la vista a la vez que se sonrojaba. Franco alzó su cara agarrándola del mentón—. Sara, hablo en serio. He pillado a más de uno de mis empleados mirando lo que no debe mirar. —El rubio le dio un agarrón de trasero para enfatizar, y aprovechó para atraerla más hacia él. El movimiento repentino provocó un gemido casi inaudible en la castaña—. Créeme, Sara. Eres preciosa. Tu piel clara apenas tocada por el sol, esa sonrisa que puede iluminar hasta la noche más oscura, esos ojos marrón que miran con tanta pasión y transmiten todo tipo de emociones. Que decir de tus labios, esos son mi debilidad. Tan llenos, besables, perfectos. Ay, Sarita. Cuando me besas toco el cielo. —Franco buscó la boca de su amada con la propia, y los rozó de lado a lado provocando, incitando. Sara cerró los ojos, agarró del cuello a Franco así negándole la posibilidad de escapar, y finalmente lo besó.
El beso inició suave, tentativo, sólo sus labios entrando en juego. Las manos de ambos en las mejillas del otro, sus cuerpos pegándose aún más. Sarita pasó su lengua por el contorno de los labios de Franco, haciéndolo perder la cordura. El beso se aceleró y el rubio lanzó un gruñido, para luego atrapar aquella lengua juguetona con sus labios. La agarró más fuerte del cuello, pegó sus labios aún más, los besos se tornaron salvajes, los dientes entraron en juego, y cuando Sarita gimió luego de que el ojiazul mordiera su labio, Franco no dudó en cambiar sus posiciones, quedando arriba de ella, entre sus piernas.
Sarita llevó sus manos hasta el pecho de Franco, y con un empujoncito que requirió más fuerza de la que esperaba, separó sus labios de los de él.
—Cuidado, señor Reyes. Estoy pensando que la razón de tanto cumplido es para meterse entre mis piernas.
—Oh, señorita Elizondo —empezó Franco, a la vez que redirigía sus labios al cuello de ella—, tengo claro que con usted los cumplidos no me llevarán muy lejos.
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Un poco más cerca
RomanceSara Elizondo no soportaba a Franco Reyes, o eso estaba ensimismada en creer. La verdad era que no se podía resistir a esos ojos azules que le robaban el sueño, o a esos besos que siempre lograba robarle. Pero jamás admitiría eso ni así misma. Porqu...