PREFACIO
Querido diario:
¿Es normal tener la sensación de estar cayendo enferma por estar platónicamente enamorada de alguien que quizá sea el enemigo? El teniente Martynov se pasea por mi casa, su nuevo hospedaje debido al gran número de militares que han sitiado Madrid. Y yo soy incapaz de comportarme de forma cuerda desde entonces. No sé qué me pasa, de verdad que no... ¿No debería odiarle? ¿Pero cómo hacerlo? Es demasiado amable, viene y va por nuestra casa como si fuese natural invadir el hogar de unos desconocidos, con su cabello alborotado, su camiseta básica y el ceño fruncido, tan enigmático... La ley del silencio prohíbe a los militares hablar con los civiles, por lo tanto no hemos escuchado su voz ni una sola vez. O... ¡miento! Yo sí la escuché una vez, distorsionada por el sonido de la lluvia copiosa, mientras yo, tirada en el suelo con la bicicleta entre las piernas y la falda reglamentaria por encima de mis muslos, le vi venir hacia mí con un: «¡Señorita! ¿Estás bien?». Aún puedo oírle con su acento marcado y su gesto preocupado. Y el bochorno, de eso también me acuerdo muy bien.
No creo que sea normal la manera en la que mi corazón se mueve cuando pasa cerca de mí. Como tampoco lo es saberme cada uno de sus rituales: la hora a la que se marcha por las mañanas, el momento en que sale a fumar al jardín por la noche (cuando le espío a través del balcón), la manera elegante y formal con la que se sienta a la mesa a cenar con nosotros, justo a mi lado, la cadencia de su respiración, el sonido de sus botas al alejarse, el crujido de mi antigua cama bajo el peso de su cuerpo mientras aguardo con al aliento atascado en la garganta en mi actual habitación. Y pienso en que he dormido justo en ese colchón que sostiene su peso, que él estará rozando los mismos sitios que yo he rozado... Y sueño con él, sueño que me toca, que pronuncia mi nombre sobre mi boca húmeda. Pero al día siguiente, cuando nos cruzamos por casualidad, apenas me mira. Y yo me descompongo.
Y me pregunto hasta cuándo soportaré esa situación. Nunca he deseado nada tanto, nunca me he sentido así. Y temo que acabe conmigo.
Capítulo 1
Bonnie
Noviembre de 2036
«No desfallezcas, Bonnie, aguanta».
La Guardia Blanca ha aparecido de improvisto y nos ha rodeado cuando íbamos de camino al refugio tras salir airosos de haber conseguido unas cuantas provisiones.
Sostengo fuerte la bandolera que he encontrado en los escombros de un edificio derruido. No hay nada que sea útil para sobrevivir, pero contiene un cuaderno y algunos bocetos que me han puesto la carne de gallina.
Los cuatro nos hemos separado y ahora corremos como alma que lleva el diablo para huir. La suerte que tenemos es que la Guardia Blanca no dispara a matar; suelen llevar dardos tranquilizantes, bombas Sueño o, si es necesario, algún aparato de descarga eléctrica.
Nosotros no contamos con nada de eso, aunque hayamos intentado robar algo en alguna ocasión, es demasiado arriesgado. Así que nos defendemos con armas de fuego. No queremos matar a nadie, la Guardia Blanca no es nuestra enemiga, solo son personas que se han olvidado de quiénes son de verdad.
Salto un desnivel de tierra árida y me doblo el pie de tal forma que caigo rodando colina abajo. Un soldado de la Guardia Blanca me sigue de cerca, de modo que me incorporo con un quejido hondo y echo a correr aunque cada paso sea como un latigazo en el tobillo.
«No pueden cogerme. No pueden. Debo recordar quién soy. Quizá sea la única de mi familia que lo hace y tengo que encontrarles para hacerles recordar».
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Dulce Anya
Romance«Él encendía en mí cosas que jamás había sentido, era un dolor constante en el pecho, un arrullo, ¿si estiraba la mano cuando cruzaba por mi lado en los pasillos podría rozarle la mano? ¿No debía odiarle? ¿No era el enemigo?» Anya tiene dieciocho añ...