CAPÍTULO 5

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Capítulo 5

Anya

Mayo de 2031

A las pocas semanas de lo acontecido con la furgoneta negra, los rumores empezaron a aplacarse.

Por fin, el presidente había salido en televisión anunciando que el furgón famoso tenía la única labor de trasladar a las personas que, debido a las secuelas de la Fiebre Roja, estaban en riesgo, tanto de salud como de pobreza, para trasladarlas a residencias que se habían habilitado especialmente para estos casos, para atenderlos de cerca y proporcionarles los servicios convenientes. Hablaba de que no habían dicho nada oficial para no generar impaciencia en las familias más desfavorecidas, pero que ahora veían que había sido un error.

¿En serio alguien se creía eso? No me costó mucho encontrar la respuesta, ya que en el instituto la histeria se aplacó.

—Yo vi sus caras. Estaban aterrados, no salían por voluntad propia de su casa —les dije a mis amigas, convencida de lo que vi.

—¿Para qué querrían llevarse a las personas? ¡No tiene lógica ninguna! —opina Catina.

—En realidad, nada de lo que está pasando este año tiene lógica, amiga —interviene Silvia, sentándose encima de mi mesa—. Todo esto es una jodida película de ciencia ficción.

—No sé por qué querrían llevarse a la gente... Yo tampoco le encuentro el sentido, pero sé lo que vi —dije, recordando tu mirada sobre mí—. Además, ¿por qué los soldados son extranjeros?

—No todos lo son. La mayoría son de aquí, pero... sí, me pregunto lo mismo.

—Ahora con la nueva orden del silencio no podemos saber de dónde son —Silvia cruza las piernas y esboza una sonrisilla—. ¿Y habéis escuchado lo nuevo? Las muchachas escriben cartas a los soldados. Parece que la nueva orden, que obliga a los militares a ser silenciosos y tener un trato distante con los civiles, ha desatado un interés irresistible sobre los soldados.

—¿Que les escriben cartas? —dice Catina, asombrada.

—Os lo prometo. Yo misma vi cómo un par de chicas se acercaban al centinela que hay en la esquina de mi calle —nos informó, agitada—. Lo cierto es, para qué mentir, que muchos de ellos son bastante atractivos. No sé si será el uniforme o qué... pero...

—¡Venga ya! Silvia, ¿te has fijado en algún militar? —prorrumpe Catina con sorna.

—¡Tengo ojos! ¿Y vosotras? No me creo que estando como están en cada rincón de esta ciudad, no hayáis echado alguna miradita.

El calor trepó hacia mi nuca y mis mejillas; menos mal que no era propensa a ponerme roja.

No solía esconder las cosas a mis amigas, pero me negaba a admitir que la primera vez que me sentía tan atraída por alguien podría ser un enemigo.

Como todas las veces tras el suceso en la calle que daba hacia la urbanización Conde Vasili, pedaleé más deprisa para alejarme cuanto antes del portal de la familia que obligaron a subir al furgón negro. La constante presencia de los militares en la calle allí donde mirase daba cierta sensación paranoica.

Casi no te distinguí al pasar por la plaza central de la urbanización con la bici, pero allí estabas, haciendo guardia a unos metros de mi casa. Agarré más fuerte el manillar y pasé por delante de ti sin que reparases en mi presencia. Casi tuve un principio de infarto. Me sentí ridícula pero ¿qué iba a hacer contra la estupidez de mi cuerpo?

Dulce AnyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora