Capítulo 6
Anya
Mayo de 2031
¿Las cenas con el teniente Connor eran tan tensas al comienzo? No recordaba el sudor en las manos ni el tic molesto de menear la pierna arriba y abajo repetidas veces. Al principio resultaba bastante incómodo tener a alguien mudo comiendo con nosotros a la mesa, pero luego nos acostumbramos.
Pero contigo era distinto.
Te habías sentado a mi lado. La mesa era grande, cabían al menos seis comensales, sin embargo tú te sentaste a mi derecha. Llevabas una camiseta básica de manga corta, prenda que jamás habíamos visto al anterior soldado; lo cierto era que el calor empezaba a imponer su presencia y todos llevábamos prendas frescas.
Sonaba de fondo una canción en la radio, alternativa perfecta al silencio incómodo que a veces se condensaba en el comedor. Lucía servía la menestra de verduras en los platos y yo llenaba los vasos de agua fría.
Me había fijado en la leve sonrisa que esbozabas cuando querías agradecer algo; sostenías la mirada y bosquejabas esa sonrisa amable. Eras expresivo, por eso no te suponía un problema la orden del silencio. Cuando sonreías te salían unos ligeros hoyuelos en las mejillas, tenías una peca del tamaño de un grano de arroz al borde de la mandíbula; quería tocarla. Quería mirarte y memorizar tu cara.
Cogiste con suavidad el vaso; me imaginé siendo el vaso. Llevabas unas pulseras de color negro con inscripciones que no podía leer. Todo movimiento que ejecutabas, cada gesto, me resultaba sensual, como si lo hicieses aposta a sabiendas de que te deseaba.
—Anya, ¿tocarás algo después de la cena?
Mi familia siempre entablaba alguna conversación trivial cuando estábamos sentados a la mesa. Las veces anteriores no me importó ser el centro de atención, pero en esa ocasión sí. Me miraste, todos los ojos de esa mesa estaban puestos en mí y eran los tuyos los que me estaban ahogando.
—No lo sé, papá —me limité a decir, moviendo mis verduras con el tenedor.
—Estaría bien —añadió Lucía.
—¿Esta vez será Bach? —Zendaya, por supuesto.
—¿Qué lío amoroso tienes con Bach? —rio papá.
—Es fascinante, y Anya lo interpreta de maravilla...
Comenzaron una charla y yo seguí mirando mis guisantes.
Ya sabías más cosas de mí. Yo no sabía nada de ti.
Vi tu mano dejar la servilleta en el borde de la mesa tras limpiarte la boca; si cogía esa servilleta después de que todos hubiésemos cenado y me la llevaba a la habitación, nadie se daría cuenta. Te moviste y la servilleta se cayó al suelo, acto seguido te agachaste a por ella y, al levantarte, tu codo rozó mi brazo. Fue una caricia, apenas duró unas milésimas de segundo, pero desató un maldito huracán dentro de mí.
—Creo que me voy a retirar a la habitación —dije de repente.
—¿Te pasa algo, cariño?
—Solo es... malestar. Se me pasará.
Me levanté de la silla, cogí mi plato intacto, lo llevé a la cocina y tomé una bocanada de aire con ansiedad. No era normal, no podía serlo. Me encontraba rara, mi cuerpo actuaba de forma extraña.
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Dulce Anya
Romance«Él encendía en mí cosas que jamás había sentido, era un dolor constante en el pecho, un arrullo, ¿si estiraba la mano cuando cruzaba por mi lado en los pasillos podría rozarle la mano? ¿No debía odiarle? ¿No era el enemigo?» Anya tiene dieciocho añ...