Capítulo 29
Anya
Julio de 2031
Por la noche y sin luces artificiales, era más fácil desplazarse por las calles. Sin embargo también era más complicado ver los drones.
Nos costó cerca de media hora llegar hasta la intersección donde habíamos quedado con el cabo Rodríguez y nos ocultamos entre la maleza a esperar. Teníamos todo el tiempo las manos cogidas y nos mirábamos cada ciertos minutos para infundirnos valor y calma. Me dolía el estómago de los nervios mientras permanecíamos en silencio y en penumbra, aguardando a escuchar algún vehículo.
Apareció casi de improvisto; no llevaba las luces puestas y supuse que sería eléctrico a juzgar por el escaso sonido que hizo al acercarse a la intersección de la carretera.
—Anya, espera aquí, ¿de acuerdo?
Asentí con la cabeza, temblando tanto que, cuando separaste nuestras manos, la mía osciló por el aire como si hubiese perdido la capacidad de maneje de mis extremidades. Te vi a duras penas salir de entre la maleza a hurtadillas, enarbolando un arma con ambas manos al lado de tu cabeza. El conductor bajó la ventanilla. Tú no te sobresaltaste ni hiciste la intención de defenderte, así que esa era nuestra vía de escape. Esperé a que regresases a por mí, impaciente. Por poco no salí para acudir a tu lado. Por muy poco. Y unos focos se encendieron de repente, deslumbrándonos desde el extremo opuesto de la carretera. Entonces una decena de militares emergió de la nada y empezó a disparar hacia vosotros. ¿Estaban disparando armas de fuego? Disparaban a matar. Sentí que se me escapaba la sangre del cuerpo, mi primer impulso fue saltar de detrás de mi escondite e ir a protegerte, pero ¿qué haría yo? Así que agarré las ramas del matorral con todas mis fuerzas, apretándolo hasta hacerme cortes.
Vi al conductor agacharse en los asientos y sacar el arma por la ventanilla para contraatacar. Tú te pusiste a refugio detrás del vehículo y disparaste. Dos de sus hombres cayeron. Pero una bala llegó al conductor, atravesando la luna delantera y estampándole contra el asiento. Me tapé la boca fuerte con las dos manos para no gritar.
Los militares atacantes sacaron unos escudos y guardaron sus armas para acercarse más a ti. Tú te revolviste con agilidad cuando estuvieron cerca. Lograste quitarle el escudo al más cercano y peleaste con él con una destreza y una rapidez impactantes. Lo tumbaste pronto y apuntaste al siguiente, disparando hacia los escudos. Pero ellos eran muchos y tú solo uno. No lo conseguirías sin ayuda. Hiperventilando, abrí mi mochila deprisa y cogí lo que buscaba; me coloqué la máscara anti gas y repasé lo que me habías enseñado para emplear la bomba sueño. Calculé dónde tirarla y me levanté de mi sitio con un arrojo que desconocía poseer.
—¡Aleksandr! —te llamé para que me vieses y así dejases de respirar.
Te giraste hacia mí en mitad de la pelea y lancé la bomba en mitad del grupo de militares que, al instante, comenzó a expulsar con violencia un torrente de gas blancuzco que abarcó gran parte de la carretera.
Salí corriendo hacia la nube en tu búsqueda, sufriendo por si no te había avisado a tiempo, pero te topaste conmigo antes de que perdiese del todo la visión en aquella densidad. Me cogiste de la mano y corrimos todo lo posible lejos del humo, hacia la furgoneta cuyos faros arrojaban luz sobre la calzada. Casi la habíamos alcanzado cuando escuchamos que nos disparaban. Dos balas fallaron, pero una acertó; sentí la sacudida de tu cuerpo a través del brazo y me desgarré la voz al gritar. Perdiste el equilibrio pero te repusiste pronto.
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Dulce Anya
Любовные романы«Él encendía en mí cosas que jamás había sentido, era un dolor constante en el pecho, un arrullo, ¿si estiraba la mano cuando cruzaba por mi lado en los pasillos podría rozarle la mano? ¿No debía odiarle? ¿No era el enemigo?» Anya tiene dieciocho añ...