Capítulo 14
Anya
Junio de 2031
La perspectiva de regresar a casa del instituto no era tan deprimente como las últimas veces. Parecía mentira que una discusión tan dolorosa como la que tuvimos por el colgante de mamá, nos hubiese unido más. De alguna manera, habíamos destapado nuestras almas.
Nunca había visto a Lucía tan frágil como esa mañana o a papá hablarme de mamá como lo había hecho.
Aquel día esperé la hora de la cena con una sensación semejante a la ilusión, solo que más angustiante. Apreté los platos vacíos cuando escuché la puerta de la entrada cerrarse detrás de ti y tus botas militares sobre el suelo de parqué. Subiste a asearte, como siempre, y luego bajaste, con olor a jabón y a miel. En esta ocasión te dio tiempo a ayudar con la mesa; colocaste las servilletas y los platos de picoteo en el centro. Nos cruzamos un par de veces en el camino de la cocina al comedor y viceversa, y solo fue la última vez, cuando ya iba a sentarme, el momento en que ambos alzamos los ojos y nuestras miradas se cruzaron. Vi cómo entreabriste la boca al mirar mis labios, lo vi perfectamente. Apreté la barra del pan entre los dedos y llegó espachurrada sobre la mesa.
La tensión se cortaba entre el hueco que dejaban nuestras sillas. ¿O solo era yo? No lo sabía, era demasiado fuego para una sola persona. Cerré el puño sobre mi pierna derecha y vi que tú cerrabas tu mano sobre tu pierna izquierda. Tragué saliva; no cabía un gramo de comida por mi garganta. Tenías los nudillos blancos de la fuerza que empleabas. Si movía un poco el brazo por debajo de la mesa, te rozaría, solo un poco. Te miré un par de veces por el rabillo del ojo y me mordí el labio ambas veces sin querer. Tenía que parar o alguien se daría cuenta.
No respiré normal hasta que nos levantamos de la mesa. Ya no nos ayudabas a recoger los platos porque todas las veces, o papá o Lucía, te decían que no era necesario.
Esa noche me senté en la cama con el walki talki en la almohada. El walki me miraba a mí y yo a él. Quería hablarte, pero ¿qué te diría? «Hola ¿cómo estás? Estoy loca por ti, y creo que me estoy enamorando un poquito, pero no te asustes». ¡Ah! Dios, ¿qué hacía? Evocaba el instante en que me acariciaste los dedos en las escaleras una y otra vez. Era un disco rayado.
Di veinte vueltas a la cama, el walki talki seguía mirándome impasible en la almohada. «Pringada» me decía.
—Hola —dijo de verdad.
Pegué un salto en el colchón y mi pulmón se estrelló contra el cabezal. Con un gemido, estiré los brazos y cogí el trasto.
—Hola —respondí.
El corazón me golpeaba la base de la garganta con violencia.
—Tengo una curiosidad... —dijiste en un tono rasgado que me comprimió el vientre.
—¿Una curiosidad? —dije casi sin aliento.
—¿Vas a quedarte mi walki talki? Es por ir a por uno de repuesto. Solemos tenerlo, por si nos hace falta.
La sangre realizó un tour fugaz hacia mi cara y mi cuero cabelludo. Ardí tan fuerte que me costó concentrarme en la respuesta.
—Ah... eh, lo siento. Sí, claro... te lo devolveré.
Sonaron unas risas musicales a través del aparato. Lo miré con la boca medio abierta.
—Me alegra que vuelvas a deambular por la casa —musitaste.
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Dulce Anya
Romance«Él encendía en mí cosas que jamás había sentido, era un dolor constante en el pecho, un arrullo, ¿si estiraba la mano cuando cruzaba por mi lado en los pasillos podría rozarle la mano? ¿No debía odiarle? ¿No era el enemigo?» Anya tiene dieciocho añ...