CAPÍTULO 2

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Capítulo 2

Anya

Diciembre de 2030 - abril de 2031

En la plaza se desplegaba un asentamiento de activistas climáticos, unas treinta y cinco tiendas de campaña. Aquel día había más de trescientas personas convocadas.

Los vellos se me erizaron al llegar; Silvia nos saludó con efusividad desde una de las tiendas y se acercó a nosotras corriendo.

—¡Creía que no vendríais! ¡Anya! ¿Cómo has convencido a tu padre?

No lo había hecho; esto había sido una fuga en toda regla, por eso me sentía eufórica. Nunca había hecho nada clandestino; romper las normas no iba conmigo, me sudaban las manos y me entraban náuseas, vaya si las tenía, pero eran náuseas agradables.

—¡Catina! Seguro que tienes algo que ver, picarona. —Silvia se metió entre mi mejor amiga y yo y nos cogió a ambas de los hombros para llevarnos al interior de aquel mundo.

Pancartas enormes y coloridas y banderolas con mensajes potentes colmaban la visión desde la Casa de Correos hasta la boca de metro, pasando por la rotonda y el Kilómetro Cero.

Había un ambiente de rebelión, pero se respiraba buen rollo; un megáfono repetía convocatorias cada cierto rato, había talleres, charlas y música. La Guardia Civil, que se encargaba del perímetro, observaba y charlaba animadamente con los activistas.

Silvia se puso a bailar con efusividad al lado de una tienda abierta donde una tarima de madera sostenía un grupo de música que se entregaba al máximo. Catina chilló a mi lado, ovacionando a los músicos. Reí de forma nerviosa; todo me resultaba increíble.

Mamá hubiese querido que perteneciese a esto. Habría sido ella quien me hubiese arrastrado hasta allí para gritar conmigo por la defensa de nuestro planeta, que estaba muriendo a pasos agigantados. Habría querido que Zendaya, mi hermana y mi sujeción más sólida en este paso movedizo por mi vida, estuviese allí conmigo.

Pero papá no lo veía de esa forma. Sobre todo bajo la influencia de Lucía, la mujer con la que se casó hacía dos años.

Papá era esa sujeción que seguía necesitando, pero mucho más inestable. Nunca estuvo demasiado en casa cuando Zendaya y yo éramos pequeñas, pero cada rato que estaba era especial. Con mamá era más fácil sentir que estaba cerca.

Desde que faltó, esa sensación dejó de existir.

Lucía era una importante empresaria con una cadena de moda bajo su mando. Admitía que aceptarla desde el principio supuso una tarea difícil, tanto para mi hermana como para mí.

«La figura de vuestra madre es irremplazable, mis estrellas» nos dijo papá una vez «no tenía planeado que alguien apareciese así en mi vida... pero ha ocurrido y necesito que estéis conmigo».

«Si, papá, claro que estamos contigo. Pero, ¿y tú con nosotras?» pensé.

—¿No habrás mirado el móvil, verdad? —me preguntó Catina.

—No lo he mirado.

—Bien.

Sabía que tendría llamadas de mi padre y de Lucía. Zendaya, mi confidente, me respaldaría con la mentira de que me había ido a hacer un trabajo a casa de Catina. Mi padre nos conocía lo suficiente como para tragárselo, por supuesto, sobre todo de ella, que era la temeraria de las dos. No me preocupaba el día de hoy, me preocupaba mañana, ya que Catina y yo pensábamos quedarnos en la sentada de forma indefinida.

Dulce AnyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora