Capítulo 28
Bonnie
Diciembre de 2036
Contemplo la escena en segundo plano, mi sangre parece circular en cámara lenta mientras mi alrededor se sucede con velocidad. Demasiado rápido.
Roi y Enzo se han enfundado los uniformes de los soldados y están equipándose con sus armas (las del Nuevo Mundo) y las nuestras. John les ha hecho un plano del edificio para que sepan por qué puertas y pasillos deben ir. Les ha dado los nombres de sus superiores y de algunos miembros del pelotón de la Guardia Blanca al que pertenecen, así como las claves de algunas habitaciones protegidas. Aunque ellos sean unos simples soldados, en el Nuevo Mundo todo el mundo confía en el otro, al menos en el lugar donde se desenvuelven.
—Procurad no usar vuestras armas a no ser que sea estrictamente necesario —les aconseja John—. Allí nadie las usa.
Enzo le pone mala cara. Roi asiente a su petición, agradecido por su ayuda.
—Por favor, tened mucho cuidado. —Lori abraza a Enzo, quien estrecha su menudo cuerpo en sus enormes brazos.
Por mucho que se hagan la vida imposible, están enamorados; parece que todos en esta cueva lo saben menos ellos dos. Enzo la aprieta contra sí y le besa el nacimiento del pelo, su gesto, sus ojos apretados, revelan que no solo está un poco enamorado; se muere por ella.
Me acerco con mis muletas para despedirme de los dos. A todos nos da mucho más miedo esta salida que cualquier otra; no solo van a por alimentos, van a por el antivírico y la vacuna de la Fiebre Roja, medicinas que, si no consiguen traer, podría tener consecuencias fatales. No solo van a adentrarse en la cuidad más de lo acostumbrado, a exponerse al peligro como nunca, sino que, varias de las vidas de esta cueva dependen de su vuelta. Todavía no sabemos quién más puede estar infectado, pero no nos quedará mucho tiempo hasta averiguarlo.
—Bonnie. —Sonia entra en la galería principal con urgencia—. Es Adrien, creo que le ha subido mucho la fiebre. No me he acercado para comprobarlo, pero... se le ve mal.
No sé cómo me las apaño para correr por los pasillos con las muletas, pero lo hago y alcanzo las celdas mientras Sonia corre detrás de mí.
Adrien se encuentra tumbado en el colchón de su celda, está perlado por el sudor y se remueve, inquieto y febril. Me agacho rápido a su altura con el pulmón en la garganta. Toco su cara desvaída, está ardiendo.
—Tenemos que hacer que le baje la fiebre ahora mismo. —Mi voz suena poco modulada por el miedo.
—Ya le has dado de todo, Bonnie. Los paños mojados se secan enseguida en su piel —me recuerda ella, afectada.
—Entonces tendremos que hacer algo más drástico. Por favor, pídele a algún hombre que pueda cargar con él que venga, rápido.
Sonia asiente y se aleja con apremio.
—Adrien, resiste, por favor —le pido, tocándole la cara húmeda y caliente—. Van a ir a por el antivírico. Aguanta un poco, soldado.
No estoy segura de que me esté escuchando. No deja de jadear y moverse como si ninguna posición le resultase cómoda, como si le doliese todo el cuerpo. Y yo me retuerzo por dentro al verle así, me consumo al pensar que se está apagando sin que yo pueda hacer nada.
—¿Qué pasa? —John aparece corriendo junto a Sonia y a Saúl, que enarbola un arma.
—Tenemos que llevarlo a los baños. John, ¿puedes transportarlo? Yo iré llenando el hueco que queríamos usar de bañera, vamos a estrenarlo con agua fría.
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Dulce Anya
Romance«Él encendía en mí cosas que jamás había sentido, era un dolor constante en el pecho, un arrullo, ¿si estiraba la mano cuando cruzaba por mi lado en los pasillos podría rozarle la mano? ¿No debía odiarle? ¿No era el enemigo?» Anya tiene dieciocho añ...