CAPÍTULO 16

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Capítulo 16

Anya

Julio de 2031

Esperé a que todos durmiesen.

Aguardé despierta con los nervios a flor de piel, incluso después de la hora en la que solías marcharte de casa de madrugada.

Salí de la habitación descalza y sigilosa hacia el ala sur del piso superior, donde se encontraba la zona perteneciente a papá y a Lucía; sus despachos, su habitación y... el vestidor. Daba gracias a que Lucía tuviese el sueño cliché que tenían algunas mujeres: un enorme vestidor igual de grande que una habitación, tan amplio que estaba fuera de su dormitorio. Abrí la puerta corrediza y me colé con la única iluminación del móvil. La mayor parte del vestidor estaba colmado de ropa y calzado de Lucía, una pequeña parte pertenecía a papá.

Esa era la que me interesaba.

Busqué sus pantalones en la media docena de cajones que había, eran unos vaqueros oscuros: había un montón como esos. Metí la mano en cada bolsillo sin hallar ni rastro del sobre que te había lanzado mi padre al pecho con esas amenazas rabiosas. Casi me rendí cuando reparé en unos pantalones como los que buscaba sobre una de las estanterías donde estaban las camisas. Metí la mano en el bolsillo derecho y... ahí estaba: el sobre con mi nombre escrito a mano. Me temblaron los dedos entorno al papel y luego me apresuré a abrirlo y a sacar la hoja arrugada. Había un texto escrito en tinta negra con una caligrafía alargada:


Dulce Anya,

Estoy viendo el sol ponerse, parece un día como otro cualquiera, pero lo cierto es que no lo es. Ya no estoy cerca de mi hogar, hace días que me siento apático y nostálgico. Hay demasiadas cosas que no entiendo, demasiadas preguntas en mi cabeza. Mi vida se ha vuelto imprecisa y desconcertante. Todo cuanto he querido ser, todo por lo que he luchado... parece difuminarse con cada duda. Dudo de la naturaleza de lo que está ocurriendo, dudo de mis superiores, dudo de mi reflejo, incluso de mi bondad.

Dudo de todo excepto de ti, Anya.

Me gusta pensar que tú me esperas cuando llego a casa.

Querría quitarme las botas al entrar y que tú vinieses, despeinada y descalza, y juntases tu frente contra la mía con un susurro: «Te he echado de menos». El mundo tendría más sentido. Sabría que al volver todo va a estar bien.

Anya, haces que me sienta en casa aunque esté a kilómetros de mi hogar. Y no creo que lo sepas nunca. No creo que me atreva a contártelo.

Sé que me miras. A veces crees que no te veo y me observas con un interés dulce y provocativo. Sonrío para mis adentros y pienso en si supieses todo lo que se me pasa por la cabeza... qué pensarías de mí.

Lo cierto, dulce Anya, es que eres color y luz en mitad de esta vorágine de oscuridad y desconcierto. Y me aferro a ti. A tus rizos enredados, a tus piernas, a tu olor a sol y a aceite de lilas, a tus miradas discretas. Pensar que me deseas es muy satisfactorio. No puedes hacerte una idea de lo que me quemas por dentro.

Me conformo con verte. Me conformo con notar tu aura.

Gracias por dejarme apreciar la belleza de esta puesta de sol.

Aleksandr M 29/05/2031



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