CAPÍTULO 3

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Capítulo 3

Anya

Mayo de 2031

A principios de mayo creíamos que la catástrofe se había apaciguado. La Fiebre Roja se mantenía bajo control, aunque no había previsiones de poder volver a salir a la calle fuera del horario lectivo o laboral.

Pero nada más lejos de la realidad.

¿Cómo nos íbamos a imaginar que la pandemia era el preludio a una serie de trágicos acontecimientos?

Cuando creíamos estar reponiéndonos, llegaron nuevas y nefastas noticias: el nivel de los mares había ascendido de forma alarmante inundando el 30% de la zona de Manhattan, un 43% del país de Holanda y había derruido más de trecientas viviendas en Saint Louis, Senegal, todo ello sucedido en menos de una semana. Fue una noticia desgarradora que dejó sin habla a todo el planeta.

Parecía difícil de explicar incluso por la ciencia, pero la reactivación del mundo después de cuatro meses, aunque solo fuese a nivel laboral, había provocado un efecto adverso en la tierra. «El levantamiento de diques no será suficiente. Esta vez, el problema es más grande que el propio ser humano» decía el alcalde de Nueva York, cuyo mensaje se extendió como la pólvora, activando todo tipo de alarmas. «Debemos parar esto ya, es un aviso del planeta».

Y con esto, las medidas estallaron.

Primero nos llegaron las noticias de la paralización de aeropuertos y grandes empresas petroleras, cuyo revuelo duró una semana hasta la nueva orden: la restricción del uso de vehículos particulares. Las calles más importantes de Madrid habían sido cortadas por las unidades militares, cuyos vehículos eléctricos todavía patrullaban por las calles. La idea era que la gente se desplazase, dentro de lo posible, en tren y, si disponía de ello, con vehículo eléctrico.

Pero no fue hasta finales de abril cuando las medidas también afectaron al interior de las casas. Eran datos que temíamos que llegasen a España, porque ya se habían aplicado en China y posteriormente en Italia.

«En 2031, más de 50 mil millones de dispositivos están conectados a Internet y cerca de 6.100 millones de usuarios, más de la mitad de la población mundial. La huella ecológica de este frenético tráfico digital equivale al consumo de un 13% de la electricidad mundial. La industria de las tecnologías de información genera actualmente el 7% de las emisiones globales de CO2». El presidente hablaba en televisión y toda la gente en sus casas contenía el aliento. «Debido a la presión que nos impone el nuevo aceleramiento del cambio climático, en la actualidad, cualquier medida es escasa. Creemos conveniente prescindir de estos privilegios. Esperamos que la gente en sus casas comprenda el motivo de esta difícil decisión».

De este modo el mundo de la comunicación tal y como lo conocíamos se derribó en apenas unos días.

Y la gente perdió la cabeza.

Entendía el ambiente desaforado; estábamos privados de salir de nuestras casas, el único pasatiempo del que disponíamos para despejar las mentes era poder charlar con amigos, ver vídeos, películas y series de canales de pago, navegar por las redes sociales y juegos online... La nueva medida nos quitaba todo eso.

Por ese motivo, la seguridad fue reforzada. El número de militares que patrullaban las calles aumentó antes de que la situación empeorase.

Y, a consecuencia de esto, los lugares de alojamiento del ejército se vieron desbordados. Ya habían desplegado grandes tiendas de campaña para los soldados; esos últimos meses había sido normal ver los campamentos sitiados en algunas zonas de Madrid. Existían residencias cuarteleras, pero no las suficientes para la imprevista situación.

Dulce AnyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora