CAPÍTULO 20

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Anya

Julio de 2031

Aquel once de julio, la sensación de ser una prófuga se multiplicó cuando un militar me detuvo con la bici cuando estaba regresando a casa en vez de acudir al instituto. Con mi mejor cara de buena, les dije que me sentía enferma y que regresaba a casa para acostarme. Reprimí no pedalear más deprisa y, después, me contuve para no correr en el jardín delantero.

Una vez estuve dentro de la casa, cerré la puerta despacio y me dispuse a subir las escaleras, pero me detuve en seco al escuchar notas sueltas del piano desde el comedor. Me giré hacia allí y percibí cómo se me erizaba la piel. Dejé caer la mochila al suelo y atravesé el pasillo, bajando el ritmo de mis pasos al acercarme al vano de la puerta; identifiqué leves retazos de We are en el baile torpe y ralentizado de la melodía que su autor trataba de interpretar. Me asomé, con el aliento atascado en la garganta, y te vi sentado frente al piano, concentrado. Arrastré los dedos por el marco mientras me adentraba en el salón en silencio y me coloqué al lado del instrumento, viendo tus dedos largos jugar con las teclas. No levantaste la mirada a pesar de mi llegada y yo decidí respetarte. Entonces dejaste de tocar con la mano derecha y la alargaste hacia mis piernas. Tus dedos se deslizaron desde mis rodillas hacia dentro, ascendiendo hacia el interior de mis muslos, por debajo de la falda, muy despacio, dejando un reguero de piel de gallina. Jadeé de forma sonora y el fuego y esas palpitaciones deliciosas se avivaron en mi bajo vientre. Tu mano continuó subiendo lento y me miraste a los ojos con una vehemencia tal que, a pesar de que era incapaz de dejar de jadear, se me cortó el aliento. Y entonces tus dedos se colaron con cautela entre mis bragas y escuché tu gemido casi a la vez que el mío cuando me alcanzaste mi sexo. Gemí más alto y más seguido cuando empezaste a mover la mano despacio. Tus ojos me atravesaban con un gesto casi felino pero al mismo tiempo destilabas un cariño implacable, una dulzura salvaje. Con un gruñido, me incliné hacia ti y devoré tu boca. Me recibiste casi con agonía y aumentaste la velocidad de los movimientos de tu mano; gemí fuerte contra tus labios, que se deslizaron nerviosos entre los míos. No aguanté más, te quería dentro de mí. Me desplacé hacia ti y desabroché tus pantalones. Tú actuaste deprisa, me cogiste de las caderas por debajo de la falda y nos levantaste a ambos sin apartar nuestras bocas.

Me deshice de la falda a estirones mientras tú te quitabas los pantalones, todo sin dejar de besarnos. En el banco del piano, con una pierna a cada lado, me pusiste a horcajadas sobre ti; entraste despacio en mi interior al tiempo que nos mirábamos a los ojos de cerca con las pupilas trémulas.

Dios, me iba a reventar el pecho. Eras demasiado hermoso, Aleksandr. Temblabas igual que la última vez, parecías consumido por mí, demasiado vulnerable. Yo subí y bajé sobre ti lento sin dejar de mirar tus ojos verdes. Gemiste con la boca entreabierta, siguiendo el movimiento de mis caderas con las manos, que las apretabas a ambos lados. Desabroché los botones de mi camisa a la vez que salía y entraba en ti; la timidez no podía abandonarme, pero mis impulsos estaban guiados por algo más fuerte que mi carácter retraído. Buscaste con desesperación mi pecho y lamiste mi pezón. Arqueé el cuello y miré hacia el techo al tiempo que dejaba escapar gemidos y jadeos intercalados, cada vez más ruidosa. Me retorcí sobre ti, entrando más profundo, más fuerte. Tú gruñiste con mi pezón entre tus labios. Sentí la presión más fuerte de tus dedos en la carne de mis caderas y lo hice más deprisa y más hondo. Dejaste escapar sonidos desequilibrados y me lamiste la garganta, la clavícula y las comisuras de la boca hasta que volvimos a encontrar nuestras bocas a través de respiraciones asfixiadas e intermitentes. Tu aliento era delicioso. Salí y entré, salí y entré sin ningún tipo de cordura mientras mis rizos se desperdigaban a los lados de tu cara. Mi piel se aguijoneó por el penetrante placer que me embargó y tú soltaste un gemido hondo y prolongado, manteniéndome fuera de ti con las manos en mis caderas. Luego nos abrazamos muy fuerte.

Dulce AnyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora