XIII

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Soobin observaba desde la entrada del palacio a yeonjun despedirse con cálidos abrazos de sus padres, quienes habían decidido partir cuando aún no salía el Sol

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Soobin observaba desde la entrada del palacio a yeonjun despedirse con cálidos abrazos de sus padres, quienes habían decidido partir cuando aún no salía el Sol. Su madre se encontraba a un lado de él, esperando a que terminaran de despedirse de su primogénito para ir a despedirlos.

Yeonjun llegó a su lado con el ceño fruncido, señal de que intentaba retener las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos sin su permiso; Soobin le sonrió para despúes entrelazar sus manos, apretando la contraria un poco en señal de apoyo.

Ambos príncipes vieron a los reyes mantener una pequeña charla en la que sus semblantes solo se mantenían preocupados.

—¿No sientes que algo va mal?—Soobin asintió ante la pregunta de Yeonjun.

—Desde ayer se ven...Extraños.

—Me preocupa que partan con el cielo oscuro—Compartió el mayor, suspirando.

—Tranquilo. Recuerda que nuestros guardias y los tuyos se encargarán de llevarlos a salvo hasta su reino.

—Lo sé, Soobin. Pero su mirada y expresión hacen que no me sienta tranquilo.

—Escucha—Soobin tomó entre sus manos la cara del príncipe—Están preocupados porque no has estado separados por un considerable tiempo de ellos; además, probablemente se han acordado de algo pendiente o urgente que hacer.

Yeonjun quiso sonreir, pero las manos del menor sobre su rostro se lo impedían. Asintió como pudo, tratando de eliminar cualquier rastro de preocupación en su rostro para que al menos sus padres lo vieran bien.

Minutos después, las puertas que contorneaban toda la propiedad, se abrían de par en par dejando salir las carrozas con los reyes de Moonie en ellas, junto a sus guardias siguiéndolos por todos los lados.

Yeonjun agitaba un pañuelo blanco desde su lugar con lágrimas en los ojos, recibiendo a su madre asomándose por la ventana de la carroza para lanzarle un beso, quedándose de esta manera hasta que vió el vehiculo perderse a lo lejos.

Como aún era temprano, apenas entraron al palacio se dirigieron a sus habitaciones, pues faltaban aún un par de horas para que el desayuno finalmente comenzara, al menos tendían un poco más de tiempo para dormir placidamente.

Ambos príncipes se encaminaron a la habitación del menor, recostándose con cuidado en el colchón de la cama, mirando hacia el techo.

Soobin sabía que Yeonjun estaba en un no muy aceptable estado por las sensaciones que lo abrumaban , así que con cuidado arrrastró su cuerpo hasta quedar a un lado del pelirrojo, lentamente lo envolvió en un abrazo, dejando su cabeza recostada en el pecho que subía y bajaba con cada respiración.

Fue cuestión de segundos para que comenzara a sentir la tela de su pijama mojada por las gruesas lágrimas de Yeonjun. Soobin acariciaba con parsimonia sus hebraz rojizas y se animó a cantarle algo que terminó por relajar al mayor hasta hacerlo dormir, poco despúes, Soobin se permitió caer en los brazos de Morfeo.

Si alguien le dijera al pequeño azabache que despertar abrazado a la persona que amas es la sensación más hermosa que se puede experimentar, definitivamente estaría de acuerdo. Sin embargo, sentir su cuerpo entumecido por tener al mayor abrazándolo y limitando sus movimientos, no se sentía del todo bien.

Fijó su vista en el reloj en la mesa a un lado de la cama, notando que faltaban menos de veinte minutos para la hora del desayuno, por lo que removió con delicadeza el cuerpo de Yeonjun hasta que consiguió despertarlo.

—¿Ya es la hora del desayuno?—Preguntó el de ojos almendrados, tallandoselos.

—En 15 minutos—Respondió el menor, sentándose en la cama.

Yeonjun lo tomó del brazo, jalándolo para que quedara de nuevo acostado y le robó un rapido beso que dejó a Soobin con una gran sonrisa en su rostro mientras sus mejillas se teñian de un bonito carmin.

Hicieron lo mejor que pudieron para al menos tener una mejor apariencia y bajaron al comedor, hoy tambien les seria un día bastante ajetreado en el pueblo.

Irene y Seokjin se excusaron sobre el no poder acompañarlos, diciendo que se quedarían a esperar las noticias de la llegada de los reyes de Moonie a su respectivo reino.

—Su Majestad—Habló Yeonjun, dirigiendose a la mujer antyes de partir.

—Dime Irene, por favor, cariño.

—Irene, ¿puede decirme dónde cambiar la moneta de mi reino por la del suyo?—Preguntó.

—¡Oh, querido! La moneda es la misma. Nuestra alianza ha sido tan firme que utilizamos la misma moneda, así que no te preocupes por eso y ve  disfrutar—Yeonjun asintió sorprendido, pero igual con una sonrisa, se despidió parar esperar a Soobin dentro de la carroza.

—Volveremos en unas horas, madre.

—Asegúrate de que Yeonjun no compre mucho con su dinero, pues ahora que están comprometidos y es nuestro invitado, lo nuestro es suyo—Le recordó ella.

—Lo sé, madre—Soobin besó la mejilla de la reina y se despidió de su padre para subir rápidamente a la carroza junto a Yeonjun.

Mientras los príncipes disfrutaban del día en el extenso y colorido pueblo de Ga-ja, los reyes corrían de una habitación a otra en busca de papeles.

El día anterior después de la comida, habían sido notificados con la llegada de una carta del reino del norte, en la cuál expresaba un posible ataque hacia ambos reinos si es que no cumplían con ciertas exigencias que solo lograban alterarlos.

Esa vez, las reinas que lideraban el reino del norte, se habían enterado del reciente compromiso de los príncipes, alegando la falta de educación de ambos reinos al no invitarlas al compromiso.

—Caprichos, Irene—Dijo Seulgi—El año pasado también nos llegó la amenaza si es que no deteníamos la exportación de rubíes.

—Ya sé, pero no podemos arriesgarnos a que los chicos sufran las consecuencias de sus actos inmaduros—Añadió Irene con una evidente preocupación.

Seulgi estaba a punto de contestar, cuando un guardia entró al despacho con una nueva carta de la misma procedencia.

Irene la tomó entre sus manos para abrirla y leerla, pero ni bien terminó de hacerlo, su semblante entero palideció más de la cuenta, alertando a los dos reyes que llegaban de una partida de ajedrez.

—Querida, ¿Qué sucede?—Preguntó Seulgi preocupada.

—Es momento de construir la fortaleza.

—Es momento de construir la fortaleza

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