Tercer Capítulo

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—¿En qué tanto piensas mi vida? —le preguntó Eleanor a su nieta quien estaba bastante distante de la plática en la que su madre, sus tías y sus dos abuelas se encontraban.

Casi todos los viernes las mujeres de las familias Grandchester Andlye se reunían para hablar y contar sus cosas, problemas o solo para hacerse compañía.

Analia asistía encantada a escuchar como su abuela Eleanor se quejaba constantemente de su abuelo. Que su tía Patty le contará acerca de sus viajes y de los lugares que conocía, o que abuela Priscila la mimará hasta el cansancio.

Sin embargo, para ese viernes todo fue diferente, Analia estaba distante, no reía por los chistes de Karen, y tampoco le puso atención a los bellos relatos que Patty decía. Puede que el cuerpo de Analia estaba ahí, pero su mente y su corazón estaba lejos de aquel lugar, más específicamente junto al actor con quien compartiría el protagónico de una obra.

—No me sucede nada —dijo mintiendo Analia.

No es que no les tuviera confianza a las mujeres de su familia, pero al ser la heredera mayor ellas estaban al pendiente de todos los galanes y pretendientes que se le acercaran.

—Es solo que estoy nerviosa por la nueva obra —agregó diciendo parte de la verdad.

En parte sí que se sentía nerviosa por la obra, pero no porque dudaba de sí mismo, si no por Stefan West y su profesionalismo a la hora de actuar.

—Voy a trabajar con Stefan West.—dijo y todas las presentes se asombraron.

Y no era para menos ya que Stefan era uno de los actores más codiciados, galantes y soberbios de la época. Habiendo trabajado en varias obras de teatro, y casi con la misma cantidad de premios.

Muchas eran sus criticas buenas que salían en los periódicos, y también muchas eran las fanáticas que este actor tenía. Todo un adonis en carne y hueso.

Ahora lo que si no se conocía nada, era acerca de su pasado y de sus raíces. Hubo una investigación acerca de West en la cual decía que el actor no era de origen inglés.

Stefan lo reconoció diciendo que los que lo habían investigado en realidad tenían toda la razón al decir que él no era inglés, pero ya nunca más hablo sobre su vida privada.

—¡Felicidades, hija ya hubiera querido yo trabajar con actores tan guapos como lo es Stefan West! —felicitó Eleanor a su nieta—. En mis tiempos solo trabaje con hombres horribles que no tenían nada de belleza masculina.

—Si lo sabré yo —comentó Karen haciendo una mueca de disgusto—. No recuerdo que algún compañero me haya gustado.

—Pero este es diferente —dijo Patty sacando la fotografía de Stefan.

—¡Tía! —exclamó Analia arrebatándole a Patty aquella fotografía—. ¿Cómo es que tú tienes esto?

—Que este a dieta no significa que no puedo ver el menú —respondió con cierto descaro que hizo reír a todas las presentes.

—Como sea, tú debes de confiar en ti y todo te saldrá bien mi amor —dijo Candy, agarrando la mano de su hija.

La charla termino, y la señoras se fueron a sus respectivos hogares. Solo quedaron Analia y Candy en casa.

Analia le dijo a su madre que iría a su cuarto a repasar sus parlamentos, a lo que Candy accedió, pero en el fondo sabía que algo extraño le pasaba a su hija.

Y por esa misma razón, dos horas después fue a la habitación de su niña, para tener una charla de madre a hija.

—¿De verdad te encuentras bien, corazón? —preguntó Candy a Analia dejando en su buró sus galletas favoritas acompañadas de su café preferido.

La heredera de los Grandchester Donde viven las historias. Descúbrelo ahora