vigésimo capítulo

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—¡Lo has echado todo a perder Bárbara, Sarah o como demonios te llames! –—replicó Donato.

Los dos habían huido hasta el convento abandonado donde se vieron la primera vez.

—Parece que no soy la única que se ha cambiado el nombre, ¿no es así Donato? –—añadió con ironía Sarah y se dejo caer a una silla vieja, pero cómoda que se encontraba ahí—. ¿Crees que maté a por lo menos media docena de Andley?

—¡Deja de decir tonterías! ¿Es que no te das cuenta que ahora nos perseguirán la guardia Real por haber atentado contra un miembro de la realeza! Además, ¿no te acuerdas que te dije que los dejáramos vivos?

—Ya todo me da igual mi querido Donato –—dijo Sarah sin perder la calma y la felicidad malévola que ahora sentía—. Los he asesinado y los que se han quedado vivos, seguramente van a…

—Los que se han quedado vivos seguramente nos van a denunciar y nos atraparán –—dijo indignado Donato—. Definitivamente alearme contigo y confiar en ti fue el peor error que pude haber hecho.

—Digas lo que quieras, pero tu venganza fue realizada gracias a mí, ¡A mí!

—¡No quiero ir a prisión maldita sea! Y gracias a que dijiste que fui yo el que realizó los ataques contra los Andley! ¡Si me atrapan no saldré nunca de la cárcel, pasaré el resto de mi vida ahí si bien me va, si no…

—Si no los Andley y los Grandchester son capaces de mandarte a la horca –—terminó de explicar Sarah—. Entonces larguémonos de aquí de una buena vez.

Donato aceptó la propuesta de Sarah, pero sabía muy bien que sería una odisea para salir de Europa.



Analia abrió los ojos y lo primero que vio fue el techo blanco, volteo la cabeza hacia un lado y se encontró con una estantería llena de medicinas, vendas y antisépticos. Todo indicaba que estaba en un hospital.

Se preguntó cómo había llegado ahí y su mente recreó todo lo que había sucedido en la fiesta, una enemiga muy poderosa queriendo destruir a su familia, verdades horrendas que todavía no entendía, y lo que más le dolía la traición de Stefan o Donato, como se llamará en realidad el hombre que todavía amaba.

Fue su tristeza la que hizo llorar a Analia, luego sus sollozos fueron oídos por la enfermera que se encontraba ahí para monitorear su estado de salud.

—Señorita, ¿Cómo se encuentra? –—preguntó la enfermera. Ella era una bella mujer, pelinegra con ojos grises y amables, la enfermera vio que su paciente estaba aún afectada—. Trate de calmarse, aquí está protegida –—pidió con amabilidad y toco la mano de Analia, la cual se encontraba fría—, voy a llamar al doctor y a sus familiares.

—Gra…gracias –—balbuceó muy bajito Analia, pero aún así la enfermera escucho su agradecimiento y asintió su cabeza.

—No hay de que –—agregó la enfermera y salió al pasillo para avisar al doctor—. Doctor Rubens ella ya ha despertado.

Luego del anuncio de la enfermera, unos pasos apresurados se escucharon y en la habitación entró Terrence.

—¡Mi princesa! ¿Cómo estás, cómo te encuentras? –—preguntó Terry muy preocupado por el estado de salud de su hija.

Él le colocó una mano encima de la de Analia, y con la otra limpió los restos de las lágrimas que había derramado su hija, era evidente que ya había recordado todo lo que había sucedido esa noche.

Analia sintió el contacto de su padre con mucha pesadez, ¿él sabía todos esos secretos? Claro que sí, él y su madre no se ocultaban nada y era una certeza que él sabía todo lo que la tal Sarah había afirmado.

La heredera de los Grandchester Donde viven las historias. Descúbrelo ahora