Vigésimo tercer capítulo

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Analia veía con fascinación como la enfermera Dove le extraía sangre de su vena con una jeringa.

Nunca le había gustado las agujas, cuando era tan solo una niña solía llorar y gritar cuando los médicos tenían que suministrarle un medicamento por medio de jeringas.

Ahora solo le daba un poco de ansiedad, pero ya no gritaba, ni lloraba cuando las agujas se acercaban a ella, y ahora menos, ya que en ese preciso instante su mente estaba pensando en porque el doctor Rubens le había mandado hacer estudios como cuando ya la había dado de alta.

Aunque no se sentía tan nerviosa por los resultados de los dichosos estudios, sí se sentía nerviosa por la situación que tenía con Aurel.

Hace dos días que había hablado con él y ella le había rogado porque se dejase ayudar, aunque su corazón le pedía que eso era lo correcto, su cabeza le decía que era una locura, una locura imposible ayudar a un posible prófugo de la justicia, pero gracias a Anthony, o más bien porque ella casi, casi que lo obligó a ayudarla.

¿Cómo se te ocurre que te voy ayudar con esa tontería? —preguntó Anthony totalmente indignado—. ¡Por Dios Analia has perdido el juicio!

Luego de que Aurel hubiese aceptado su propuesta, Analia empezó a pensar en la mejor manera para ayudarlo, el primer paso era esconderlo muy bien, ya luego podría buscar información acerca del estado legal del rubio, pero por lo pronto lo primordial era esconder a Aurel.

Así que con la ayuda de la buena enfermera Dove, quién se llevó a Aurel para vestirlo como un camillero y sacarlo de hospital sin que nadie se diera cuenta. Luego llamó a Anthony y su mejor amiga Gabrielle, ellos la tenía que ayudar.

No me he vuelto loca, pero si debo de ayudar a Aurel —afirmó la castaña—. y ustedes dos me van ayudar, o si no.

—¿O si no? ¿O si no qué Analia Grandchester? —cuestionó el menor de los Grandchester aún más enojado con su hermana—-¿Acaso estás intento chantajearnos? Porque te recuerdo que siempre has dicho que emitir poder por el chantaje es lo más bajo y cobarde que una persona puede hacer.

—Sé perfectamente las leyes en las que he vivido desde que tengo la suficiente madurez para saber que es bueno y que no -gruñó la castaña—, no necesito que me las repitas Anthony, y tampoco quiero chantajearlos a ustedes dos, por eso les estoy pidiendo su ayuda por las buena, pero no me hagan decirles a todo el mundo que ustedes dos están juntos porque a nadie le caerá bien esa noticia si se las doy sin un buen calentamiento, ¿no lo creen?

Ambos rubios se vieron, Analia tenía razón, para que a sus familias no les cayera de mal sorpresa lo de su relación, había que ir despacio para preparar el terreno y que las noticia no les cayera tan mal, y si Analia iba y decía eso todos lo tomarían mal, principalmente por la maldita diferencia de edad que tenían los rubios.

Sé que ambos se aman, y créanme que no estoy encontra de su amor. —-Lo que Analia decía era cierto, no estaba para nada en contra de que su hermano menor y mejor amiga se amarán, pero necesitaba la ayuda de ambos para esconder a Aurel, y para eso necesitaba su ayuda a como diera lugar—. Se los diré una vez más, necesito su ayuda, no les estoy pidiendo nada del otro mundo, solo que escondan a Aurel.

Y gracias a que Gabrielle decidió apoyar a su mejor amiga y casi cuñada, Aurel ya estaba en un sitio seguro.

Analia recordó la historia de sus padres que Anthony le contó; su padre se vio en la necesidad de esconder a su madre en los túneles secretos de su mansión de Chicago, pues eso mismo haría ella con Aurel lo escondería ahí en los pasadizos secretos del castillo Grandchester.

La heredera de los Grandchester Donde viven las historias. Descúbrelo ahora