Vigésimo cuarto capitulo

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—Hola —un saludo alertó a Aurel, lo primero que oyó fue la puerta abriéndose y luego vio a la mujer que amaba con un vestido color lila sencillo, aún se veía pálida, pero hermosa—. ¿Cómo has estado? —preguntó Analia entrando al escondite y cerrado la puerta.

Aurel se levantó rápidamente del suelo para acercarse a Analia y saludarla.

—Analia —saludó Aurel con sus ojos repletos de emoción, ducha emoción hizo sonrojar a Analia, por lo que decidió hablar nuevamente:

—¿Cómo has estado en tu nuevo hogar? —preguntó la castaña dejando ver sus manos las cuales tenían sujetadas una canasta de picnic.

—Mejor de lo que pudiera estar en la cárcel —respondió el rubio y Analia se emitió una risilla nerviosa.

—Bueno, me he enterado por Peige que no has sido bien tratado por mi hermano Anthony —confesó Analia con vergüenza—, literalmente mi hermano le prohibió a Peige que te diera algo de comer.

Aurel río por lo la bajo, era totalmente cierto. Peige la ama de llaves de los Grandchester una mujer de avanzada edad, pero con ganas de seguir trabajando le había dicho al joven Anthony que le iba a dar comida y este se negó alegando que el castillo no era un hotel.

Era entendible el enojo que el menor de los Grandchester tenía con él, ya que prácticamente había herido a su hermana menor y se notaba que el jovencito estaba dispuesto a defender y castigar a los culpables del dolor de su hermana.

—Bueno pues para compensar el mal rato que te hizo pasar mi hermanito y que por su culpa tu estómago no haya recibido alimento te traje un montón de delicias y bocadillos que Peige preparó especialmente para ti —comentó Analia y se sentó en el suelo para servirle a Aurel la comida.

El rubio también siguió su ejemplo y empezó a ayudar a Analia la comida que había en la cesta. Cuando terminaron ambos jóvenes estaban comiendo y degustando la comida de Peige.

—Hasta pareces tú la que no ha probado bocado en veinticuatro horas —bromeó Aurel al ver como Analia devoraba los bocadillos.

—La comida del hospital no es nada sabrosa —apelo Analia tomando un sorbo de su vino favorito.
No sabía porqué, pero justo ahora tenía unas ganas tremendas de tomar mucho vino.

—Y a eso súmale el estrés constante que tenía porque casi todos me rogaban porque fuera ver a William —dijo con desprecio Analia y porque poco sintió que quebraría la copa que tenía en la mano.

—¿Ya no le llamas abuelo? —cuestionó Aurel.

—La palabra abuelo se le debe de dar solamente a un hombre que se lo merezca —aseguró Analia, su mirada daba entender lo furiosa que estaba con su abuelo materno, pero también se podía percibir tristeza y dolor en sus ojos—, el señor William Andley me ha hecho daño a mí, pero sobre todo a mi madre.

—Analia, lamento todo esto —dijo con sinceridad Aurel—. ¿Sabes? Creo que pienso que hice mal en decirte esa verdad, ahora odias totalmente a tu abuelo.

—No, para nada. Hiciste bien en decirme —se apresuró a decir Analia para que el pobre hombre no se sintiera mortificado—. Soy yo la que te lo agradece, y la que siempre ha preferido una verdad dura a una mentira suave.

Una frase que dejaba mucho que pensar, y es que hay veces en que los seres humanos prefieren vivir en la mentira y la hipocresía, esas son personas cobardes y solo unos cuantos valientes se atrevían a hacerle frente a la dura verdad.

—No odio a mi abuelo —dijo Analia para seguir homenajeando a la verdad—, pero ya no le tengo el afecto y el respeto que le tenía cuando Stefan todavía era mi novio.

La heredera de los Grandchester Donde viven las historias. Descúbrelo ahora