Octavo capítulo

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Eran finales del mes de Agosto, y desde aquel paseo que tuvieron Stefan y Analia, hubieron más paseos, caminatas e inclusive citas.

La heredera de los Grandchester estaba contenta de pasar muchas horas del día, al lado de Stefan, y estaba creyendo firmemente que ahora Stefan no solo le gustaba, si no que estaba empezando a enamorarse de él.

Y Stefan estaba más que complacido al darse cuenta que su plan estaba saliendo de maravilla, Analia poco a poco estaba enamorándose de él.

Regularmente en sus salidas, tenía que mentir en las preguntas que la castaña le hacía, o inclusive mentir en su carácter, con ella era el hombre más tierno y dulce que Analia podría haber conocido.

Era una mañana más y era hora de que los Grandchester  bajaran a desayunar. pero el  mayor de los Grandchester se excusó diciendo que estaba indispuesto y tomaría sus alimentos en su recámara. Eleanor dormía hasta tarde, aunque en esa ocasión estaba más despierta que nunca al lado del único hombre que amaba, pero nadie tenía porque saber el secreto de los dos.

Anthony solo tomó un jugo de naranja y salió corriendo al jardín, ya que sus amigos se encontraban ahí, esperándolo para jugar el croquet. Candice le prometió a Priscila que desayunarían juntas y solas en el restaurante favorito de ambas.

Así que los únicos que estaban comiendo en aquel gran comedor, eran Terry y Analia. Padre e hija disfrutaban de su compañía, comentado trivialidades, hasta que Terry comentó de un tema delicado.

—Dime algo hija, ¿cómo vas con Stefan? —preguntó Terry dejando de un lado su taza de té.

Fue una suerte que Analia no estaba tomando algún líquido, porque de haberlo hecho lo hubiera escupido, pero lo que si estaba tragando era un pedazo de fruta, la cual sintió que se le quedo atorada en la garganta.

—¿A qué te refieres papá? —inquirió Analia haciéndose la inocente.

—No trates de engañarme pequeña tramposa, ya sé que hay atracción entre tú y el actorcillo ese —replicó Terry en un modo bromista.

Analia agarro su servilleta y se limpio la boca, luego miró a su padre dispuesta a decirle lo que sentía.  Siempre fueron muy unidos y siempre era bueno desahogarse con él y contarle sobre sus cosas.

—Tienes razón, pa. Stefan West me gusta, y creo que yo también a él. —Analia sonrió y sintió las dichosas mariposas en el estomago que se sienten cuando una se enamora—. Pero aún no estoy del todo segura.

—Entonces pregúntaselo tú —sugirió el castaño.

Analia no creía lo que su papá le estaba sugiriendo, su celoso padre estaba proponiendo que le preguntará a Stefan sobre si ella le gustaba o no.

—No me mires así, que tú eres la chica más liberal y atrevida que conozco —afirmó Terry el ver en la forma en que su hija lo miraba.

—No es eso. Lo que pasa, es que no me creo que tú me estés dando estos consejos —dijo con seguridad la castañ—. ¿A dónde se fue mi papá celoso de los posibles pretendientes de su hija?

Terry se carcajeo, había subestimado a su primogénita pensando que ella no sabía de los trucos no tan inocentes que utilizaba para espantar a sus pretendientes.

Pero la verdad era que desde el día del estreno de su obra, hasta en ese preciso instante, Terrence había reflexionado mucho.

Su pequeña Analia ya no era una niña, era una señorita que poco a poco se estaba convirtiendo en mujer, y para ser más certeros, en una preciosísima mujer.

La heredera de los Grandchester Donde viven las historias. Descúbrelo ahora