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Clary no recordaba las horas que había pasado a cientos de metros bajo el agua en pleno invierno, encadenada al fondo del Lago Negro y esperando que su campeón la salvara.
Nunca vio la conmoción en el rostro de Cedric al llegar al centro del reino submarino de los merluzos, el largo cabello rojo de Clary tan brillante como un faro en el agua turbia cuando por fin comprendió que su tesoro era en realidad la chica a la que había pasado toda la mañana extrañando, y preguntándose si estaría bien cuando no apareció con el resto de sus amigos para la tarea. No sintió que él la arrastrara hasta la superficie, la sonrisa confiada y a la vez decidida en su rostro mientras intentaba mantener la ventaja en la carrera y devolverlos a la superficie. Simplemente recordaba que se había acostado en el despacho del director la noche anterior y que la profesora McGonagall había pronunciado un encantamiento mientras ella perdía lentamente el conocimiento.
En lo que parecía ser el momento siguiente, estaba atravesando la superficie del agua helada, los vítores resonaban en las gradas que los rodeaban mientras se forzaba a abrir los ojos, balbuceando y jadeando mientras sentía que Cedric la sujetaba con fuerza por el brazo, y su visión se centró finalmente en su sonrisa triunfante y su risa baja.
—Y yo que pensaba que me habías abandonado esta mañana, —sonrió Cedric mientras la ayudaba a nadar hasta la escalera cercana al final de las gradas, empujando a Clary por delante de él para subir al muelle, donde Dean Thomas y Seamus Finnigan esperaban con mullidas batas y toallas para que se secaran, mientras el nombre de Cedric era coreado una y otra vez por los espectadores.
Los ojos de Clary buscaron en las gradas cualquier tipo de señal de los otros campeones y sus tesoros, pero no se encontraban por ninguna parte, excepto Fleur, que estaba de pie en el borde de los muelles rodeada de sus compañeros de Beauxbatons, mirando con preocupación hacia el agua. Clary utilizó la toalla para secarse lo mejor que pudo, aunque su túnica de Hogwarts aún colgaba empapada y pesada a su alrededor. Rápidamente se quitó la túnica del colegio, poniéndose la mullida túnica gris sobre el jersey gris y la falda negra en un intento de entrar en calor.
—Lo has conseguido, —dijo Clary a Cedric con asombro—. Has ganado. Harry y Viktor aún no han vuelto, y la hermana de Fleur no está aquí.
Cuando Cedric aceptó su túnica, otra ovación estalló en las gradas, y Clary se asomó al borde del muelle para ver a Viktor y Hermione rompiendo la superficie del agua, y la cabeza del chico búlgaro transformándose de la de un tiburón a la de siempre.
—Eso no tiene sentido, —dijo Cedric, con la voz apretada, y las cejas de Clary se fruncieron mientras le devolvía la mirada confundida.
