Capítulo 4

3.4K 355 26
                                    


Estaban a mitad de su estancia en el Palacio del Sol y, para sorpresa de Kara, no había sido tan malo. Tal vez se debía a que había tenido unas semanas para acostumbrarse a la idea de que estaba obligada por contrato a tener una falsa cita con Lena, o al hecho de que estaba alejada de decenas de miradas indiscretas y funcionarios inquisidores. En cualquier caso, Kara descubrió que comer con Lena era soportable, aunque la mayoría de las veces fuera en silencio, o acompañada de los educados intentos de conversación de Alex. Lena estaban tan gruñona como siempre, pero consentía a Kara en algunos paseos por los jardines en los que se interrogaban mutuamente sobre decenas de datos aleatorios que posiblemente les preguntarían algún día. Aun así, todos los días Kara llamaba a Lucy, con la esperanza de descubrir que había encontrado un resquicio, pero cada vez se sentía más decepcionada.

        Sin embargo, parecía que a Kara le relajaba estar lejos de Ciudad Argo, como si dejara atrás todas sus preocupaciones, y pronto dejó de sentirse ansiosa por estar de nuevo en el hogar de su infancia. Alex había estado a su lado casi en todo momento desde que se había reunido con ella en el palacio, ayudando a Kara a asimilar su regreso al lugar que una vez había llamado hogar, y había sido una pequeña fuente de consuelo tener a alguien con quien compartía tantos recuerdos felices en el palacio. Sin embargo, no había estado en sus antiguas habitaciones -ni en las de sus padres- y una parte de ella tenía ganas de entrar y ver si algo había cambiado.

        Fue la mañana del cuarto día cuando finalmente se armó de valor para hacerlo. Se había levantado temprano, justo cuando empezaba a salir el sol, y decidió dar un paseo por los pasillos para despejarse. Maggie no estaba de servicio, y aunque había un guardaespaldas apostado frente a su puerta, se quedaron donde estaban cuando Kara les indicó que se quedaran. Estaría a salvo dentro del palacio -había guardias apostados prácticamente en todos los pasillos- y así, Kara se puso en marcha por el palacio, deteniéndose sólo cuando pasó por unas puertas blancas que le resultaban familiares. Al salir de ellas, Kara se quedó mirando durante unos instantes y, vacilante, extendió la mano y empujó las puertas para abrirlas.

        Las puertas se abrieron para revelar una habitación oscura, con las cortinas corridas y todos los muebles cubiertos con telas blancas para evitar el polvo. Al entrar, Kara levantó uno de los bordes de la tela que cubría un piano de cola a la izquierda y pasó las yemas de los dedos por la suave madera que cubría las teclas de marfil. Le resultaba extraño volver a su antigua habitación, y no estaba segura de si le gustaba o no. Paseó los dedos por el familiar papel pintado, levantó la sábana y se tumbó en la cama matrimonial; abrió las cortinas para contemplar las vistas con las que se había despertado mil veces. Junto a una de las ventanas había un objeto tapizado con otra tela blanca, y Kara sonrió mientras extendía la mano, vacilante, para arrancar la tela del pequeño caballete. La madera estaba manchada de una multitud de pinturas de colores; Kara pasó los dedos por el lienzo en blanco que no había sido retirado. Había un armario cerca, donde solía guardar todos sus materiales de arte, y descubrió que todo seguía en su sitio: el pequeño delantal en un gancho, una docena de paletas apiladas desordenadamente unas sobre otras y un arco iris de pinturas al óleo de colores.

        Alargando la mano, Kara cogió un tubo de pintura roja y le quitó el tapón. Todavía estaba sellado, y era perfectamente adecuado para pintar; Kara se volvió para mirar el lienzo en blanco, antes de sacar una paleta y rociar todo el tubo en ella. Había perdido parte de su motivación para pintar después de la muerte de sus padres -su madre siempre la había animado, y se le había dado bien- en su lugar se había dedicado a dibujar, pero de repente le entraron ganas de pintar. Sacando un grueso pincel del armario, Kara comenzó a pintar audaces líneas rojas sobre el lienzo, sin planear lo que iba a pintar. Sin embargo, pronto se frustró y lo pintó todo de un solo tono de rojo, cubriendo furiosamente cada centímetro del blanco, hasta que la parte delantera de su camisa limpia quedó cubierta por la pintura.

Déjame ser tu reina [Supercorp]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora