La Pequeña Costurera | Encanto AU

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Luisa lloraba en su habitación, no podía perder su don, ¡era lo que le hacia ser Luisa!

Si ella no era fuerte, ¿Entonces quién era?

Tenia que ayudar al pueblo, no podía quedarse asi todo el día.

Se levanto de su cama y fue a su lugar de entrenamiento, todo el lugar hecho con piedra. Tomo una de las pesas medianas e intento hacer flexiones con la pesa.

Pudo hacer algunos, pero con mucha dificultad, no era como esa mañana que rápidamente y sin ningún esfuerzo podía levantarlos.

Volvió a sentir las lágrimas por su frustración, de verdad estaba perdiendo su don. Estallo en nuevo sollozos, decepcionaría a su abuela, a toda la familia, el pueblo se molestaría con ella, no podría proteger a su familia...

Un ciclo de ideas negativas se hizo presente, escucho un leve golpe en su puerta.

—Luisa— Isabela llamo con una voz suave, con duda sobre si entrar o no.

Se cubrió con las sabanas esperando que no la notara, limpiándose las lágrimas.

—Luisa— volvió a llamar Isabela, esta vez entrando a la habitación. Sabía que estaba allí asi que intento su ultima jugada.

—Estoy bien— grito con la voz entrecortada por el llanto, escondiéndose más en las mantas de su cama; el tono de voz debió de preocupar a Isabela ya que escucho un suspiro ahogado y varios pasos.

—Luisa, no voy a hacer nada, solo quiero hablar— sintió un peso al costado de su cama, y algo que quería quitar sus mantas que en ese momento eran su escudo de protección.

—Estoy bien, Isa— repitió.

—No lo estas.

—Soy fuerte, ¡estaré bien! — era mentira, ya no era fuerte; pero no valía la pena que alguien se preocupe, tenían cosas más interesantes que hacer que estar con alguien débil.

—Luisa, por favor... no estas bien, no estamos bien— murmuro Isabela bajando la cabeza y empezando a juguetear con sus manos —. Yo... solo quiero arreglar las cosas.

— ¿Arreglar qué? — se encogió ante lo brusca que sonó su pregunta.

—Nosotras, ¿Lu, cuando fue la última vez que estuvimos la tres juntas sin pelear?

—Yo... no lo recuerdo— murmuro cubriéndose de nuevo con la colcha.

—Vamos al cuarto de Mirabel, quiero hablar con las dos.

La delicada mano de su hermana se poso sobre su ancho hombro, y sintió esa calidez que solo emanaba una hermana mayor que quería estar en buenos términos con sus hermanas menores.

Se destapo de nuevo; se seco las lagrimas y acepto la otra mano que Isabela le ofrecía.

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Estaba detrás de Isabela, aun limpiándose las lágrimas que querían escapar. Isabela toco la puerta dos veces, y Mirabel salió con el cabello desordenado, por el hombro de Isabela vio que su cuarto estaba hecho un desastre, como si hubiera arrojado todo a su paso.

Intento sonreírle a su hermana, pero solo pudo salirle una mueca, en cambio Mirabel miro fijamente a Isabela, la molestia era demasiado palpable que se encogió en su lugar.