Capitulo 26

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Cala

Despierto en mi cama, en mi habitación, es de noche no sé cuánto tiempo llevo dormida, pero sé que ya es tarde, lo último que recuerdo es estar en la sala de juzgado, una punzada de dolor en la parte de atrás de mi cabeza me ataca.

Me levanto de la cama un poco adolorida y salgo de la habitación, todo está en silencio y las luces están apagadas todas menos la de la cocina la cual logro ver desde el pasillo, camino hacia allí y me detengo al escuchar un sollozo, asomó mi cabeza por el marco de la puerta al llegar allí y veo a mamá de espaldas a mí.

Los espasmos pausados en su cuerpo y los sonidos ahogado me confirman que está llorando. Me acerco apresuradamente hasta estar justo detrás de ella.

—¿Mamá? ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? — pongo mis manos en sus mejillas y elevo su cabeza hasta poder ver su rostro, esta rojo y húmedo.

—Mi pequeña niña valiente— sus manos suben hasta mi cara— lo siento mucho, no sabes cómo lo siento si no hubiera contestado esa llamada nada de esto hubiera pasado—Sus brazos me envuelven y llora desconsoladamente sobre mi hombro.

—Mamá estoy bien, no pasa nada— me separo de ella y la veo a los ojos— No tienes de que preocuparte, yo puedo, yo siempre puedo ¿okey?

Ella solo llora y asiente casi imperceptiblemente.

Tomo su mano y nos guía hasta la habitación donde veo a papá dormir tranquilamente y le hago un gesto a mamá para que haga silencio, papá tiene el sueño ligero no tanto, pero si es fácil de despertar. La llevo junto a la cama y la siento en ella, me agacho a quitar sus medias, pero antes de que me ponga de pie ella toma mis manos y con sus ojos llenos de lágrimas me dice.

—No sabes cuánto daría por estar en tu lugar, porque no tengas que pasar por esto y siguieras tu vida como una niña normal, te amo hijita y te juro que voy a estar siempre para ti— mis ojos se llenan de lágrimas que me niego a derramar.

— Yo puedo con esto— me levanto y la acuesto en la cama para después dejar un beso en su cabeza y salir. Cierro tras de mi la puerta y me recuesto en ella— yo tengo que poder con esto.

Una lágrima traicionera resbala de mi ojo y la limpio rápidamente para volver a mi habitación y quitarme la ropa que llevaba puesta para cambiarla por algo más cómodo, tomo un short de algodón una camisa suelta negra.

Vuelvo a la cocina y guardo la copa que mamá usaba y sirvo un vaso de agua, dejo el vaso en la encimera, giro para dejar la jarra en la nevera.

—¿Que necesitas Sam? — al girar está sentado del otro lado de la encimera viéndome.

—Escuché ruido y me desperté, ¿Te sientes bien?

—Estoy bien, ve a dormir— pero en vez de irse se queda hay solo mirándome —¿Qué?

— Aún no te lo han dicho— se levanta y rodea la encimera hasta estar frente a mi — en unas seis horas vas a ir a verlos.

—¿A quiénes? —no entiendo — mañana a los únicos que veré son a los idiotas de mis compañeros de escuela y algunos maestros mediocres.

—No irás a la escuela o por lo menos no a las primeras horas, vendrá la doctora y te llevará con ellos— mi cara de confucionismo sigue hay— a los donadores, se supone que los verías ayer después del juicio, pero te desmayaste y decidimos que no era momento para hacerlo, te trajimos a casa con la promesa de que irías a verlos a su casa hoy en la mañana.

Lo recuerdo, el abogado dijo que querían hablar conmigo después del juicio, pero lo último que recuerdo es el sonido del martillo contra el atril. Se que no está a discusión.

Un inicio inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora