Capítulo 6

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Matt estuvo intranquilo desde que las hermanas Green desaparecieron. Quiso estar a lado de Dayra, para apoyarla cuando recibió la terrible noticia de la muerte de Andrea, pero no pudo salir del colegio; se conformó con mandarle cartas. Al estar de vacaciones, y después de saber que Andrea no estaba muerta, el chico le pidió permiso a su madre para visitar a los Green. Usó la chimenea; llegó a la sala de la familia y fue recibido por un gran abrazo.

—¡Mattie!

—Me da gusto verte.

—Igual que a mí. Vayamos arriba.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó mientras ambos se encontraban en la habitación.

—Estoy bien.

—Claro que no. Te conozco a la perfección.

—¿Qué quieres que te diga? —Dayra tomó asiento en su cama—. ¿Qué estoy preocupada por mi hermana? ¿Qué cada noche que pasa, tengo pesadillas? ¿Qué tengo miedo?

—No pasará nada —respondió Matt acercándose a ella para abrazarla.

—La conozco. Sé que está mal.

—¿Quieres que hablemos?

—Jamás en mi vida me imaginé vivir algo así.

—Pues deja de pensar en ello.

—Mejor cuéntame cómo fue el colegio —preguntó soltando un suspiro.

—Normal, supongo. Fue un mes complicado. —Ambos guardaron silencio.

—Te quiero mucho, Mattie.

—Y yo igual, por eso soy tu mejor amigo.

—Sabes que te quiero como mi hermano.

Los estragos de una guerra no son sólo físicos sino psicológicos y emocionales, y Andrea lo sabía de sobra. Después de pasar algún tiempo en el hospital, por fin la dejaron salir, aunque su pierna todavía tardaría más en sanar. Todo el mundo creía que Andrea Green estaba muerta; se había dado la noticia de eso. Su hermana le detalló el funeral: los asistentes y las palabras que algunos otros tantos dijeron. Por alguna extraña razón quiso verlo con sus propios ojos. Aunque no debía, se apareció en el cementerio de Margravine; no le fue muy difícil encontrar la tumba que resaltaba su nombre.

Expecto Patronum —susurró, un humo blanquecino salió de la varita para tomar forma de un cuervo. Pensó en el mensaje y en voz baja mencionó el nombre del destinatario.

—Hola, Andy.

—Gus. Me alegra que hayas podido venir.

—No entiendo por qué me citaste aquí. Ni siquiera sabía que ya te habían dejado salir del hospital. —Observó el bastón que llevaba.

—Mi pierna sigue sin sanar del todo —respondió a la pregunta no formulada de su amigo—. Me batí a duelo con Connor; el fuego consumía la casa y quizás, de segundos para que acabara con todo. Eso no le importó y cuando pensaba escapar, nos alcanzó la explosión. Logré protegerme, aunque no fue tan eficaz —dijo mientras se alzaba la manga de su túnica donde se notaban las cicatrices de quemaduras—. El fuego nos lanzó por los aires; él me agarró y desaparecimos. Me zafé y terminé en un bosque.

—No puedo imaginar exactamente lo que viviste.

—Tuve que ir a comprar una varita nueva. Estaba tu abuelo atendiendo la tienda —dijo Andrea como si nada—. La vieja varita desapareció justo en las narices del ministerio.

—No puedo explicar eso.

—Sé que sabes algo. —Lo miró, luego le sonrió para inspirarle confianza.

El vuelo del fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora