Capítulo 15

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1 de noviembre

Los recuerdos de la noche anterior se sentían nebulosos, extraños, como si le pertenecieran a otra persona, y no a ella misma. La herida, aún abierta y rojiza, una línea transversal envuelta en vendajes de la muñeca izquierda, era la prueba. Esa voz en su mente se encontraba callada y en silencio. No fue su voz, sino la de ÉL, como si el demonio hubiera susurrado las palabras adecuadas, ese hechizo necesario para culminar con lo iniciado. Sentía un vacío en la boca del estómago, y la oscuridad en el corazón; las lágrimas brotaron con un sinfín de motivos, y contenerlas sólo eran un error. Andrea había tocado fondo, y debía salir de aquel hoyo, a como fuera lugar, aunque, tuviera que irse lejos. Charlie entró a la habitación, "¿Andrea?". Su nombre salido de sus labios no sonaba con normalidad, sino cauto y desconcertado, quizás, con miedo de ella o de la situación, pero verlo ahí le hacía sentir culpa. «Pudiste lastimarlo. Pero no lo está. ¿Y si lo hubieras matado?».

—¿Te hice daño? —Negó con la cabeza, a pesar de llevarse la mano al pecho.

—Estoy bien, pero tú me preocupas. —«¿Yo? Nada ha estado bien, y no sé si lo estará en bastante tiempo». Se fue acercando lentamente, y dudoso preguntó—: ¿Quisiste lastimarte? ¿Quisiste...? —No fue capaz de pronunciarlo, a lo mejor por el miedo a la respuesta.

—No. —Andrea notó como su acompañante suspiró de alivio, sin estar muy seguro. La imagen de Él vino de nuevo a su mente, esa mirada perversa y su sonrisa fría, y maquiavélica—. Lo vi, estoy convencida de que era él. Connor estuvo aquí, sólo que no puedo explicarlo.

—Eso es imposible. No, lo sabría... —La chica estaba tan cansada para tratar de convencerlo de lo contrario.

—No puedo seguir aquí, ni esperándolo. «No puedo permitir que te pase nada. No a ti. No puedo perderte. No puedo».

—Nada te pasará, te protegeré.

—Nadie puede hacerlo, Charlie. No sin terminar herido. «Sabes lo que tienes que hacer, ¿verdad? Sí, es sólo que... Él lo vale».

Sintió una punzada en el hombro, apretando los dientes del dolor, buscó entre sus cosas, un frasco. Ya no eran dos pastillas, sino que, con el paso del tiempo, comenzó a subir la dosis sin importar nada. Cuando pensaba acompañarlas con un frasquito de poción, y antes de beberla se detuvo. «¿Estás segura? Muy segura».

—Necesito que me hagas un favor —pidió, luego tragó. No esperaba que surtiera efecto de inmediato, así que sacó una botellita de alcohol. «¿Y tu familia? ¿Les dirás? No, y debe ser así, pero Mariana... ella está mejor sin mí. Pero... nadie puede saberlo, no por ahora, aunque, sea una carga bastante pesada para Charlie. Él te ama. Lo sé, por eso haré esto».

—Haré lo que sea. ¿Qué necesitas?

Bebió, no una sino dos botellitas más, porque sabía que era la última vez que lo haría. Charlie escuchó su petición, y a pesar de su insistencia en llamar a alguien, Andrea no lo permitió; nadie más sufriría por su culpa.

2 de noviembre. Tarde

Charlie, no muy seguro, cumplió con el favor que le pidió Andrea. Ella, sin dudarlo mucho, se fue de su casa para irse a otro sitio donde no pudiera causar más problemas. Después de analizarlo, por su bien y el de los demás, decidió internarse en un programa de tratamiento y rehabilitación contra drogas. Su consumo de analgésicos fue en aumento, y la última crisis bastó para darse cuenta de ello; sin mencionar que dos muggles pagaron por su error. El centro era una casa enorme y amplia, con bastantes habitaciones, las suficientes para habitar, al menos, cincuenta personas; el agua de la alberca estaba en calma a pesar del viento ligero, y las áreas verdes se notaban solitarias. Despedirse de Charlie fue difícil, lo último que vio antes de ingresar, había sido la imágen de la preocupación; le hizo prometer no decir nada a nadie, eso incluía sus padres y, por supuesto, a Mariana. Entró sin saber cuándo se volverían a ver.

El vuelo del fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora