Capítulo 12

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En colaboración con Vilde Saetre

El departamento de aurores en Bélgica se parecía mucho al de Inglaterra, era un área dividida en cubículos, las paredes cubiertas con todo tipo de cuadros, carteles de equipos de Quidditch, y en especial, con algunas fotografías de los magos y brujas más buscados. Apenas regresó de Londres, Charlie se mantuvo trabajando, incluso, horas extras en el ministerio; no le cuadraba los sucesos ocurridos con Bastian Shadow. La sospecha de que alguien de adentro lo estaba ayudando le carcomía. La pila de pergaminos encima de su escritorio le sobrepasaba la cabeza; revisó cada reporte relacionado con el caso. En aquellos momentos, estaba dictando un informe a su pluma.

—Oye, Blackwood; el jefe quiere que veamos el caso de los dragones.

—No tengo tiempo para eso —respondió Charlie sin siquiera levantar la vista de los papeles—. Además, eso no nos corresponde.

—Nos corresponde cuando hay ataques de por medio.

—Que se encargue alguien más.

—Son órdenes.

—Al carajo eso. —Con un manotazo tiró la pila de papeles; vio a su compañero quien ni se inmutó por la reacción.

—Charlie, debes entender que el caso de Shadow quedó cerrado.

—No, Vince. Todavía no está cerrado. —Dio un puñetazo en el escritorio, se puso su túnica y salió de la oficina.

Él estaba convencido de que las cosas no terminaron, ni siquiera la condena de Bastian Shadow era suficiente. Días atrás, llevó los expedientes necesarios a su departamento, quizás encontraría algo. Todas las hojas de papel quedaron regadas en el suelo, un vaso vacío de whisky encima de las páginas, y la frustración de no encontrar nada. Se quedó observando los trazos irregulares del informe que escribió Andy; la echaba de menos. No quiso distraerse con ella, por lo que se enfocó más en los detalles de los sucesos, en las palabras de los demás y en cada testigo. Seguía sin ver nada más de lo esencial, de los hechos que ocasionaron el arresto. A lo mejor era el efecto de los tragos bebidos, la desesperación de encontrar al verdadero culpable, o ese anhelo escondido en su interior, que le hizo tomar una decisión sobre su siguiente paso.

Portus —Convirtió un viejo libro en un traslador; la portada brillaba con intensidad, la tocó y luego desapareció.

El olor a salitre y el susurro de las olas le bastaron a Charlie para comprobar su destino; el aire fuerte le alborotó el cabello y la torrencial lluvia le comenzó a mojar la túnica. Se hallaba sobre un alto afloramiento de roca negra, y a sus pies, el agua se agitaba. Su vista se fijó hacia adelante; en un escarpado precipicio negro y liso estaba un gran edificio. Era un paisaje inhóspito y deprimente, no había ni un árbol ni la menor superficie de hierba o arena entre el mar y la roca. El clima no le favorecía en nada, tampoco le agradaba la idea de tener que volar con esas condiciones; debió haberse puesto ropa más abrigadora. De los pliegues de la túnica, sacó una escoba en miniatura que, con un hechizo, hizo que tomara su tamaño natural.

La prisión de Azkaban se veía tenebrosa desde los cielos, no había ningún avistamiento de dementores. Aterrizó en un espacio abierto, estaba empapado y el frío le calaba hasta los huesos. Nunca antes había estado en una prisión, ni mucho menos, en una de alta seguridad como en esa. Supo que el ministro Kingsley prohibió a esas criaturas despreciables, aunque, se rumoraba que muy pocos seguían cuidando por precaución. Tres magos se encontraron en la gran puerta de piedra, no imaginaba qué clase de castigo estaban pagando para estar en un lugar en medio de la nada.

—¡Identifíquese! —gritó uno de ellos mientras los otros dos lo apuntaban con la varita.

—Soy el auror Charles Blackwood —habló con calma alzando las manos—. Vengo del departamento de Seguridad Mágica de Bélgica.

El vuelo del fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora