Capítulo 3

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Alexander pasó la noche a lado de Andrea; fue el primer en despertar. Salió de la habitación sin hacer el menor ruido posible. Con los típicos ruidos matutinos, la chica se levantó para bajar a desayunar; Dayra lo hizo unos minutos después que ella. Se extrañó al ver cómo engullía el plato de frutas que tenía enfrente. Era raro que la auror no se quejara por algo que le imponía Mary Green. En toda la mañana, la castaña no salió de su habitación; si alguien tocaba la puerta decía que estaba ocupada, no quería ninguna interrupción. Todo el día esperó con ansias volver a ver a su novio, aunque eso pasaría hasta que terminara el fin de semana, cuando volviera al ministerio. Cuando pensó en acostarse y leer un rato, escuchó unos ruidos en la ventana.

—Alexander. —Ahí estaba, haciendo gala de sus dotes en la escoba.

—¿Quieres dar un paseo? Nadie se dará cuenta. —Ella subió y se agarró de su torso. Se alejaron de la casa y aprovecharon la oscuridad de la noche.

—Creí que ya no querías estar en una escoba.

—Sólo dije que no quería dedicarme al Quidditch.

Estuvieron platicando bajo las estrellas; después volaron de regreso a la casa. Alexander sacó la varita y aplicó un hechizo silenciador a la puerta de su habitación.

—Un hechizo muy práctico.

—¿Haremos algo?

—¿Tú quieres hacer algo?

—Sólo es una pregunta. Un hechizo silenciador implica varias cosas.

—No quiero que tus padres me encuentren aquí. —Se recostaron en la cama; Andrea apoyó su cabeza en su pecho—. Esperé mucho para estar contigo.

—¿A qué te refieres?

—Pues que... en algún momento empecé a pensar en ti de una forma distinta.

—¿De qué forma?

—Tú sabes... —Sus mejillas se tiñeron de rojo.

—¿En qué momento te diste cuenta?

—En sexto, cuando empezaste a salir con Blackwood. Comenzaste a atraerme; quise averiguar lo que sentía por ti. Pero te vi muy unida a él, así que me hice a un lado. Después de la graduación, me conformaba con que estaríamos juntos en la academia. Pero un día sólo me dijiste que te ibas.

»Aparecías en mis sueños, necesitaba con ansias tus labios y fue cuando me di cuenta que estaba completamente enamorado de ti. —Andrea sonrió ante este hecho—. Me dediqué a estudiar y tratar de olvidarte; no tenía certeza de que te volviera a ver, y cuando estaba a punto de lograrlo tan sólo apareciste.

—¿Saliste con alguien?

—Sí, pero nada relevante.

—¿Nada de nada?

—Si te refieres a sexo pues no. ¿Y tú?

—Nadie. ¿Sabes? Yo quise hacer lo mismo: olvidarte. Sabía que si entraba a la academia contigo sería difícil; por eso decidí irme lejos.

—Me alegra que hayas vuelto.

—Yo también. —La besó—. Y a todo esto, no me has contado por qué estás castigada.

—Porque le mentí a mi mamá. Aparecí en casa dos semanas después de las fiestas navideñas.

—Pero llegaste a Londres antes de eso.

—Exacto, estuve un tiempo con Keisi y después...

—Las cosas se pusieron feas.

De nuevo, ambos se quedaron dormidos; aunque era sábado y le hubiera gustado pasar el día con él, Alexander tenía que irse. Esperó a que se perdiera de vista en el horizonte y regresó a la cama un rato más. Andrea desayunó en silencio bajo la atenta mirada de Dayra. Estaba decidida a averiguar qué le sucedía.

El vuelo del fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora