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Tenía todo lo que pudiera desear. A excepción de libertad.

Su tarea era muy sencilla: mantenerse hermosa, callada, y obediente. A cambio, sus padres la mimarían con los mejores vestidos, las comidas más deliciosas, los juguetes más estrafalarios. 

Sana tenía una vida que muchos envidiarían — la única hija de un señor feudal. Pero lejos de sentirse afortunada y agradecida con todo lo que tenía, la pequeña princesa siempre se sintió condenada desde su nacimiento.

Para su familia ella no era una persona, mucho menos un familiar. 

No, Sana no era más que un bien más. 

Uno que tendrían que cuidar, relucir y entrenar, pues más tarde venderían al mejor postor. 

Se lo repitieron hasta el cansancio mientras crecía. Después de una vida de lujos y regalos ostentosos, su destino era casarse con un hombre de buena familia, una con más riquezas y poder que la suya propia, medio por el cual sus padres podrían expandir el poder de su apellido.

Y los buenos accesorios no se quejan. No desafían. No cuestionan.

Más importante aún, los buenos accesorios no salen de casa, no hay necesidad. 

Todo lo que necesita está en esas cuatro paredes. La puerta, aunque nunca bloqueada, siempre estaba protegida por guardias que ni aunque le rogase la dejarían salir.

Y justo dentro del castillo feudal, la conoció.

Una mujer hermosa de cabellos negros como la noche y piel pálida como el mármol. Sana creció acostumbrada a obtener (casi) todo lo que quisiera con tan sólo desearlo, y la nueva doncella de la casa no fue la excepción.

Hoy en día sus recuerdos son difusos. No recuerda quién se acercó a quién, quién dio el primer paso. Pero era un secreto a voces entre los empleados de la casa que la amistad entre la nueva criada y la princesa era, cuanto menos, demasiado íntima. 

Pronto, los días aburridos, los pensamientos intrusivos y la fuerte desesperanza que la inundaba cada vez que pensaba en el futuro, desaparecieron. Y en su mente sólo estuvo ella, su cabello largo, su sonrisa, su hermoso y curvilíneo cuerpo, los sonidos que soltaba cuando Sana tocaba de más, su risa cuando Sana le contaba un chiste horrible. 

Lo dio por sentado. Que podía ser feliz. Que de algún modo las cosas saldrían a su manera y podría quedarse a su lado para siempre.

Y pudo.

Por lo menos, un tiempo.

El catalizador fue un criado rebelde. Cansado de los malos tratos y las injusticias de su señor, junto al resto de empleados organizó un golpe de estado. 

Las cabezas de sus padres fueron las primeras en rodar. La multitud tan enfurecida como eufórica, fueron en búsqueda de la mimada y arrogante princesa, ella sería la siguiente. 

Su amada no fue lo suficientemente rápida. Ya habían atravesado un puñal en su estómago cuando llegó. Sana no recuerda mucho lo que sucedió esa noche. Lo único que pudo ver, antes de cerrar los ojos y olvidar todo, fue el profundo rojo manchando sus ojos.

Cuando Sana despertó, ya no era humana. Su doncella le confesó que ella no lo era tampoco, no lo era desde hacía ya mucho tiempo. 

Su amada, una vampiresa, había destrozado a cada uno de los empleados de la casa. Todos aquellos que se atrevieron a tocarle un pelo... acabaron hechos pedazos.

❝〔 cinderella 〕❞   ;  satzuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora