Capitulo 29

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Habían pasado dos meses desde que Yuuri abandonó su pueblo, ahora, estando a mediados de Marzo y con los inicios de la primavera haciendo estragos en cada lugar al que iba, se preguntaba qué sería de Víctor.

No sabía que tan lejos se encontraba de su casa ni que tan cerca del hada del Norte estaría. El sol, su acompañante desde que inició el viaje, no le decía mucho, siempre a su espalda o sobre su cabeza, solo señalaba el camino de regreso a su casa. Mientras que las nubes, cambiando de forma y forma, le recordaban siempre la sonrisa curvada casi de corazón que tenía el peli plateado y aunque a veces disfrutaba de observarlas, también se entristecía por no tenerlo cerca.

Llegó al atardecer al pueblo, sus calles empedradas de un curioso patrón y la gente enfundada en trajes de grandes enaguas y elegantes pantaloncillos cuyas telas iban desde los algodones teñidos hasta los terciopelos bien peinados. Era como estar en otra dimensión pero estaba seguro que eso no era más que la señal que estaba abandonando las tierras del Este, las tierras que lo vieron nacer.

Tenía hambre, su estómago le reclamaba alimento y sus labios pedían un poco de agua para humectarse. Hacia un día ya que no probaba alimento y es que su presupuesto no alcanzaba para más. Fue iluso al pensar que solo con sus ahorros podría llegar hasta el hada del Norte.

Cerró sus ojos, pensando una forma de conseguir dinero sin tenerse que anclar una buena temporada en el pueblo. Semanas atrás sus patines le habían salvado la vida, pero ahora, con la nieve derritiéndose a paso apresurado, no le quedaba de otra más que venderlos. Abrazó su morral y empezó a buscar un mercado donde ofrecerlos.

Tres, cuatro, incluso cinco negocios visito sin éxito alguno. Nadie quería patines, ya no eran rentables. Su estómago nuevamente gruñía, ahora con insistencia y maldijo tener un don tan inútil. Se sentó en la fuente central que estaba junto a la plazuela y miró como la gente pasaba –creo que hasta aquí llegue- se dijo derrotado mientras suspiraba –te he fallado, Víctor.

A un costado de él, un grupo de señoritas, todas vestidas de forma coqueta y con grandes sombreros que parecían estar insuflados con un don parecido al de Phichit, empezaron a quejarse por lo aburrido que últimamente se había vuelto el pueblo.

-Desde que ese castillo se fue, la emoción se perdió- dijo una mientras se abanicaba con su pañuelo bordado. Las otras le secundaron.

A Yuuri se le daba bien ser discreto y escuchando la conversación de ellas, una idea descabellada cruzo por su cabeza –patinar es como bailar- se dijo, dudando un poco en sus palabras mientras que con su cabeza asentía ante el pensamiento –si bailo, ¿mi don se proyectará?- se preguntó mientras su estómago nuevamente gruñía.

Sabiendo que no tenía nada que perder y lo único a lo que se arriesgaba era a parecer tonto, dejó su morral en el suelo y avanzó un par de pasos para posteriormente empezar a bailar. Movió los pies de forma improvisada mientras intentaba proyectar recuerdos de los mundos que imaginaba cuando leía los libros que su hermana mayor le enviaba de otras tierras. Pidió en silencio recibir monedas y no piedras ante la locura que estaba haciendo.

El cielo pareció haber escuchado su petición y su don se activó. Una música de sonidos vivaces, imágenes de bosques mágicos y pantanos donde las estrellas mueren. Los transeúntes detenían sus pasos y admiraban al azabache hacer uso de su don. Todos sonreían complacidos ante el cambio de ánimo que mantenía la ciudad minutos antes.

Pronto, una multitud se arremolino, muchos ojos curiosos se posaban en el viajero. Algunos otros, valiéndose del espectáculo, se unían al baile. Las risas no se hicieron esperar, muchas de ellas de parejas que disfrutaban del momento ameno, otras tantas de niños que veían por primera vez un don tan único. Las monedas fueron una a una, cayendo en el morral de Katsuki quien parecía estar llegando al clímax del baile.

Y tras eternos veinte minutos de bailar, Yuuri detuvo todo. Sus mejillas rojas, su frente empapada en sudor y el aire faltándole, lo hicieron desistir de continuar con su acto. La gente a su alrededor aplaudió mientras se alejaba del lugar, dejando al joven con monedas suficientes para olvidarse de preocuparse por comer por al menos una semana, lo cual agradeció, era el tiempo suficiente para llegar a otro pueblo.

Con sus ojos nublados por el cansancio, se dejó caer sobre el borde de la fuente y preguntó a un joven mulato que iba pasando como podía llegar más rápido al pueblo del Norte, aquel cuyo juguete vendían era una muñeca que en su interior tenía más muñecas.

El joven pareció pensárselo un poco y luego señaló hacia unas montañas bañadas por el color de las flores –atraviesa ese paramo, sigue el camino de flores blancas que recorren hasta las montañas. Cuando las hayas atravesado, llegarás a un pueblo pesquero, ahí hay un barco que te llevará al pueblo que buscas- explicó con gran detalle, algo que el oji café agradeció.

Parecía que después de todo, no le fallaría a Víctor y si ese atajo era bueno, llegaría al hada antes que él. Con fuerzas renovadas, secó el sudor de su frente y fue a la panadería más cercana, compraría tantas hogazas de pan como pudiera, y también queso, puesto que ese sería un viaje muy largo.

Don y MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora