Capitulo 26

16 4 0
                                    


Víctor acariciaba con suma tristeza la cabeza de Makkachin, su fiel mascota. Había pasado una semana desde el incidente de la reina quien todavía seguía en cama.

El rey, sentado junto a su esposa, miraba con resignación a su hijo –lamento que el pueblo se haya enterado de tu identidad de esta manera.

En el momento que Víctor exclamó el nombre de su madre y el rey le abrazó de forma protectora, el pueblo comprendió que aquel joven no solo era el patinador real sino también el legítimo príncipe de quienes los reyes negaban dar información hasta que el príncipe dijera lo contrario.

La verdad fue sorpresiva para todos y Víctor no negó sentirse mal por no habérselo confesado a Yuuri quien por primera vez lo vio con miedo y confusión. Era claro que lo había traicionado y comprendió que ese debía ser el efecto de su propia maldición.

Por culpa de su egoísmo, su madre yacía enferma en cama y Yuuri no quería dirigirle la palabra. Las dos personas que más amaba, terminaron siendo dañadas por él y su maldición. Abrazó con fuerza a Makkachin mientras llegaba a una resolución: cedería su don a cambio de romper la maldición.

Se levantó del sillón y le dio una orden muda a su mascota quien pareció entender que su amo se marcharía una buena temporada -iré a la finca, Olga debe estar esperando su pago- mintió. Se acercó a su madre a quien besó su frente con suma delicadeza y miró una última vez a su padre, aquel hombre a quien siempre afirmó no estimar pero con los años llego a hacerlo –regresaré pronto- añadió a su mentira y finalmente abandonó la habitación.

Recorrió a pie todo el camino del palacio a su casa, evitando pasar por Yutopía, aún no se sentía preparado para enfrentar a la familia Katsuki. Al atardecer y arrastrando los pies por el cansancio, llegó a su modesta mansión donde en efecto, Olga le esperaba.

-Ya decía que usted tenía la sangre muy densa para que fuera la de un pueblerino- bromeó la señora, era su forma de cálida bienvenida a quien sabía, ya no sería más su amo.

Víctor la miró con cariño, vaya que extrañaría esas palabras acidas –Olga, querida Olga- suspiró mientras se dejaba caer sobre los peldaños de las escaleras – ¿incluso en esta triste despedida recurrirá a las palabras acidas? Me gustaría partir con un recuerdo dulce- expresó con su sonrisa cansada.

Olga rodó los ojos y se sentó junto a su amo –no obtendrá nada dulce de mí, mi señor- objetó, su sonrisa empezaba a quebrarse, sabía que aquel muchacho solo había regresado a despedirse, podía ver en sus ojos la decisión de marcharse lejos –pero pudo haber obtenido algo dulce si se hubiese desposado con una doncella cuando se lo sugerí- añadió.

Ahora era el peli plata quien rodaba los ojos ante la insistencia vacía de su ama de llaves, su fiel amiga y nana –no se preocupe por eso, ya he encontrado a alguien- presumió, su rostro se encontraba iluminado ante el recuerdo de Yuuri.

-Se trata del ciego, ¿verdad?- interrogó. Sus ojos se posaron en el rostro de su amo quien mantenía un semblante sereno. Siempre lo supo, desde el primer momento en el que el habló sobre el ex patinador real. El destino de ambos estaba enlazado, solo era cuestión de tiempo que se encontraran –si eso lo hace feliz, entonces cuando regrese a establecerse con él, permítame ser la primera en dirigirme a él como amo- pidió.

-Dalo por hecho- respondió Víctor sin dudar antes de ponerse de pie, todavía tenía una maleta que arreglar. Miró una última vez a Olga –partiré a un viaje muy largo. Es libre de usar esta casa a su merced y aprovechar las ganancias que mis cultivos generen- dijo, prácticamente confiándole todo lo que el poseía.

La señora asintió, la confianza de aquel muchacho era enorme pero sabía que ella se lo había ganado –así será, mi señor- respondió antes de verlo partir hacia su habitación. Una vez encontrándose sola, seco las lágrimas que amenazaban por salir de las cuencas de sus ojerosos ojos.

En su habitación, Víctor empezó a revolotear los cajones y a guardar en una improvisada maleta, las pocas prendas que llevaría su viaje. Camisas manga larga, botas pesadas, abrigos hechos de cuero y piel, cuchillos para cazar y artículos para encender fogatas. Y mientras terminaba de guardar, se dirigió hacia su tocador y de uno de los cajones sacó una pequeña caja de madera, en ella, dos anillos dorados reposaban.

Los había mandado a hacer con el joyero real, planeaba regalárselos a Yuuri durante el viaje que harían en verano pero sabía que pasarían muchos veranos antes de poder volverlo a ver y temía que cuando regresara, este ya no quisiera verlo. Sacó los anillos de la caja y los guardó en el bolsillo de su abrigo, tenía que irse a despedir de Yuuri y dejarle un recuerdo, una muestra de su amor antes que todo se desvaneciera.

Don y MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora