En un lugar muy, muy lejano donde la magia era algo de la vida diaria y los dones eran dados a todos los niños al nacer, Víctor Nikiforov aprendió que estos podían ser tu maldición personal. Hijo de la amante del rey fue ocultado junto a esta en los profundos bosques del reino, bosques cuya fama era bien sabida por ser verdes todo el año y abundante en especies silvestres que parecían sacadas de cuentos de hadas.
Su padre el rey, poseedor del don de la benevolencia, los amaba pero no podía estar con ellos puesto que por ordenanza de los reyes anteriores y sobre todo, de las leyes imperiales, estaba casado ya con la bella y piel acanelada princesa proveniente de las tierras del Sur.
Cuando el pequeño Víctor nació, sus ojos color agua y sus hebras platinadas delataron la combinación perfecta de dos seres que se amaron. Su madre era conocida en el pueblo por su cabello rubio que bailaba sobre su espalda de forma traviesa y sus ojos tan cristalinos como manantiales donde las ninfas solían aventurarse a jugar; mientras que el rey, hombre de cabellos platinados que descendían hasta el mentón casi cuadrado y varonil que competían con sus ojos color del lodo.
Ese día, el de su nacimiento, como pequeñas motas de polvo llegó con el viento el hada que otorgaba los dones a los recién nacidos, su nombre, Kubo. Era un hada regordeta que amaba a todos los niños por igual, en todos veía algo que los caracterizaba, algo único y Víctor no fue la excepción.
–Serás amado por todos, sin duda- dijo en voz alta mientras movía su varita de un lado al otro, esparciendo polvo brillante –ese será tu don, el don del amor- sentenció antes de irse con el viento que soplaba aquella cálida mañana.
Y tal como había dicho el hada, Víctor fue amado por todos los que en aquella modesta cabaña habitaban. Nadie se negaba a sus caprichos y aunque le gustaba aquello, pronto comprendió lo triste que era ser amado incondicionalmente, porque la gente lo amaba pero no estaba a su lado, lo miraba con amor pero no querían saber cuáles eran sus sentimientos y pensamientos y aquel don lo empezó a considerar maldición porque a pesar de ser amado, se sentía solo.
Los años pasaron, años en los que nunca le faltó algo, años donde él junto a su madre vivían de forma tranquila mientras cada mes esperaban la esporádica visita del rey, ese hombre al que reconocía como padre pero que no amaba como uno, no obstante, toleraba porque su madre en cambio, lo amaba con una fuerza sobre humana tanto como para aguantar vivir apartada del pueblo y el trato humano y eso a él le molestaba porque no comprendía esa clase de amor lleno de sacrificio y resignación.
Una tarde de Diciembre, cuando acababa de celebrar su cumpleaños número catorce en compañía de su madre y los habitantes de la casa, su padre llegó. Venía montando a Clara Bella, su yegua mansa y junto a esta, otra yegua cuyo nombre no recordaba pero era el caballo que le había regalado a su madre meses atrás.
-Tengo un regalo para ti- le dijo con sus ojos brillantes, se veía más emocionado que él –llama a tu madre y pónganse los abrigos más gruesos que puedan- pidió. A los pocos minutos, los tres iban camino al pueblo.
Para Víctor quien pocas veces había tenido la suerte de ir al pueblo, le pareció poco aquel regalo y su padre comprendiendo la decepción solo acarició su cabeza de forma fugaz y le señaló hacia donde había un grupo de personas amontonadas –tu regalo esta allá- le dijo.
El rey quien amaba a su familia por sobre todas las cosas e incluso sobre su propio honor, como regalo de cumpleaños se atrevió a llevar a su primogénito a una exhibición de patinaje la cual había mandado a organizar exclusivamente en esa fecha. Los ojos de Víctor se llenaron de asombro al ver el lago congelado y como la gente se desplazaba en éste de forma grácil y un poco torpe.
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Don y Maldición
FanficEn un mundo donde los dones existen, Victor Nikiforov quien tiene la maldición de alejar a las personas que ama y Yuuri Katsuki quien tiene la maldición de no ver mas allá de lo que su amor le permite, se conocen y forjan una amistad que poco a poco...