Capitulo 12

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Ver la libertad con la que Yuuri se desenvolvía en el hielo llenaba de regocijo el corazón de Víctor. Aquel hombre de semblanza inocente le mostraba una y otra vez la felicidad que traía el patinaje, un sentimiento inigualable y lleno de respeto.

Su mirada no se despegó de él ni un instante desde que bajaron del caballo. Era divertido verlo intentando llegar al lago por cuenta propia e interesante ver como se desenvolvía de forma natural por todo el lugar.

Una dulce fuerza magnética provoco que sus pies se vieran arrastrados hacia donde él estaba, sincronizando su andar con el patinar algo torpe del otro, admirando esos ojos que se iluminaban y esa sonrisa tímida que intentaba colarse por sus labios ajenos y quien de forma juguetona lo terminó retando.

Era descabellado para cualquier persona ajena que presenciara la escena, perseguía a un ciego que dejaba tras el de él fragmentos de nieve gris y sonidos de risas y lo peor, es que se estaba divirtiendo. De pronto, ese correr en el hielo se convirtió en un desliz delicado que atravesó todo el lago mientras el viento levantaba de forma juguetona el cabello azabache y revoloteaba las finas pestañas ajenas, era como ver a Lucifer, hermoso pero mortal y pecaminoso.

Contuvo la respiración ante tal presencia mas no dejó de seguirlo, la necesidad de atraparlo surgió pero no era la misma que sentía cuando jugaba a perseguirlo, era diferente, era egoísta, soberbia, caprichosa –te atrape- dijo cuándo logró rodearlo entre sus brazos y pudo sentir el cuerpo del otro estremecerse ante el agarre.

Yuuri volteó a verlo, su rostro infantil reflejaba lo inocente de su corazón y la incomodidad ante tal situación. Víctor se preguntó cómo un hombre podía ser tan lindo a pesar de su naturaleza y las circunstancias, y sintiendo que había ido muy lejos, liberó a su joven presa quien se deslizó metros de él.

Como metáfora de la situación actual, la temperatura empezó a descender, no pasaban de las tres pero con las nubes cubriendo el sol y el viento golpeando contra sus prendas, hacia parecer que ya era muy tarde. Víctor practicó el inicio de su rutina para la próxima presentación antes de sugerirle a Yuuri el ir a su casa a tomar el té.

-Olga, tenemos visita- anunció el oji azul al momento que atravesó el umbral de su hogar.

Del otro lado de la habitación, sentada junto a la mesa y con una cuchara de plata en una mano y pañuelo sobre la otra, la mencionada vio a su amo y a su acompañante – ¿trajiste al ciego a tomar el té?- enmarcó una ceja, su tono de voz podía confundirse por uno lleno de burla sino fuese por su mirada llena de curiosidad –una doncella deberías traer, se te están pasando los años casaderos, mi señor.

Nikiforov rio divertido ante las ocurrencias de su ama de llaves y empujando a Yuuri, lo introdujo a su hogar –siéntete cómodo y tomate tu tiempo para familiarizarte- le dijo mientras iba hacia Olga dispuesto a pedirle que le preparara todo para el ritual que solo compartía con esta.

Katsuki, apoyado con su bastón, empezó a caminar alrededor de la casa que a su poca visibilidad, parecía ser grande y poco austera, y aunque se sintió extraño por escuchar la conversación de su anfitrión con lo que podría ser seguramente una empleada, se preguntó qué tan vieja seria, llenándose de dudas ante la relación que mantenía este con ella, no obstante, sus dudas fueron opacadas ante un ladrido insistente que cada vez se escuchaba más cerca.

Empezó a caminar más rápido, tanto como su visión le permitiese, hasta que quedó atrapado en un callejón sin salida que daba con un sillón. Un gran peso lo empujó, tirándolo de lleno al mueble y una lengua húmeda recorrió sus mejillas. Frente a él, un gran perro lanudo de pelaje semi oscuro y tonos grises lo veía con suma alegría.

-Veo que ya conociste a Makkachin- se escuchó la voz de Víctor y Yuuri levantó la mirada, encontrándolo apoyado sobre el respaldo del sillón donde había caído –generalmente se la pasa cuidando la finca y persiguiendo gallinas, pero seguramente se dio cuenta que teníamos visitas, adora tener invitados en casa- explicó, a lo que el perro ladró.

Y antes que Yuuri pudiera hacer un comentario o preguntas al respecto, Olga hizo acto de presencia. Se podía escuchar sus pasos achacosos y el tintinear de los cubiertos y tazas. Se vio arrastrado por la cálida mano de Víctor hacia el comedor donde ya los estaban esperando.

Olga colocó tres tazas y sirvió con sus manos temblorosas el brebaje que emitía las combinaciones de olores entre canela, manzanilla y limón, una combinación un tanto extraña pero nada molesta para la nariz.

Los ojos de Katsuki se posaron en la rechoncha figura de la señora y suspiró aliviado que esta fuese vieja, ignorando la razón de su temor infundado. Digirió su mirada hacia los lados y prestó atención a los sonidos, buscando escuchar pasos o voces ajenas mas solo escuchó la voz animada del patinador quien hablaba con su mascota -¿no se nos unirá tu familia a la hora del té?- preguntó.

-El joven amo no tiene familia- dijo Olga al tiempo que tomaba asiento –él vive solo en este lugar, por eso mi insistencia que encuentre una doncella que ilumine su hogar- agregó, vaya que la señora era insistente con el tema, a lo que Víctor solo rio.

Yuuri sostuvo la taza entre sus manos, viendo su reflejo en esta y aunque no podía ver la expresión de los otros dos, podía suponer que ese era un tema privado – ¡Víctor!- dijo sin medir lo alto que pronunció el nombre ajeno –si no te molesta, ¿podría acompañarte todas las tardes a tomar el té?- propuso por mero impulso, sintiendo como sus mejillas ardían por el atrevimiento que acababa de cometer.

-Estaría encantado de que así fuera- dijo el anfitrión, en su tono de voz podía escucharse la alegría y el ama de llaves rodó los ojos, empezando a hacerse la idea de que su amo nunca traería una doncella a casa.

Don y MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora