Una ligera llovizna sobre la montaña anunciaba la llegada de Mayo, de hecho, era la primera lluvia de Mayo y Yuuri lo agradeció, el agua se le había terminado el día anterior y con el sol sobre su cabeza, la sed exigía ser apaciguada. Sacó su cantimplora y empezó a llenarla con agua de lluvia mientras que su boca, abierta en su totalidad, engullía las delgadas y juguetonas gotas que caían al interior de esta.
A lo lejos, luces de faroles y el sonido de las olas podía apreciarse, por fin estaba cerca de la civilización. Caminó con cuidado, evitando caerse con la superficie inclinada y se dirigió a la posada más cercana para preguntar sobre el barco que iba a las costas de la tierra del Norte. En el interior de la misma, una señora canosa lo recibió, sus ojos se veían cansados pero su voz era fresca y enérgica y con ese mismo tono, resolvió todas las dudas que este tenía.
El barco zarparía antes de medianoche, era el último del puerto, podía distinguirse por la gran sirena de madera que tenía en la proa. El azabache con información en mano, se dirigió hacia el puerto y habló con el capitán, un hombre entrado en sus cuarentas, de piel bronceada y ojos tan negros como la noche, y quien a cambio de un par de monedas de plata y promesa de trabajo duro en los quince días que estarían en el mar, aceptó unirlo al viaje.
La tarde la aprovechó para comprar provisiones, no estaría atenido a lo que en el barco le pudieran o no ofrecer. Se paró cerca del área comercial y habló con un par de vendedores quienes le pagaron una moneda de plata por acomodar los barriles de licor, cajas de pescados y legumbres varias. Al final del día y ya entrada la noche, se acercó a un panadero quien a cambio de esa moneda de plata, le dio las sobras de las piezas que no pudo vender en el día y abusando un poco más de su suerte, se acercó a un quesero que le vendió por algunas monedas de metal un trozo de queso de baja calidad.
Guardó todos los artículos en su morral, encontrándose con los patines en el proceso. Los vio de forma nostálgica, hacía meses que no los usaba y aún no estaba seguro del porque los había traído si cargaba consigo el anillo que Víctor le había regalado, el símbolo fehaciente del vínculo irrompible que había entre ambos.
Sus ojos se aguaron un poco al darse cuenta de sus pensamientos, extrañaba al patinador real. Se limpió las comisuras de sus ojos con la manga de su camisa y pidió que Víctor aun no haya hecho ninguna locura. Posteriormente se acomodó el morral sobre el hombro y marchó hacia el barco que lo acercaría más hacia el hada del Norte.
Un viento frio y algo fuerte les dio la bienvenida una vez se alejaron del muelle. El capitán quien dijo llamarse Morgan, resultó ser una persona muy amable y trataba a todos los marinos a su cargo con gran estima. Y mientras el barco andaba en su propio rumbo, siendo arrastrado por los vientos cálidos, aprovechó a presentarlo ante todos.
-Él es Yuuri y nos acompañara hasta las costas de los pueblos del Norte- anunció.
Los marineros rápidamente lo rodearon mientras lo estudiaban con la mirada. Era inusual que un habitante de las tierras centrales del Este decidiera partir al Norte sin una razón de por medio, así que las dudas se hicieron esperar y más cuando el anillo que cargaba empezó a llamar mucho la atención.
-¿Desposaste a una doncella de casta noble?- preguntó uno al percatarse del intricado diseño y material precioso del que estaba hecho la alianza.
-¿Iras en busca de un regalo para tu dote?- preguntó otro. Era bien sabido que en las tierras del Norte se realizaban los mejores trabajos de pedrería y maderería.
Yuuri negó a cada pregunta –iré a ver al hada del Norte- explicó, sin dar más detalles de la razón por lo que hacía. Algunos se palidecieron al escuchar hablar sobre el hada, otros más bajaron su cabeza en señal de lastima, aquel hada tenía fama de ser terrible y aquellos que habían tenido la mala suerte de conocerlo, acababan con maldiciones terribles.
Resignado a su futuro y envalentonado por el amor hacia el peli plateado, Yuuri les regaló una sonrisa sincera seguido de unas palabras llenas de sabiduría que su tercer hermano solía repetir –siempre hay que sacar lo bueno de lo malo.
Los presentes rieron divertidos ante lo optimista del azabache y retomaron sus puestos, el caprichoso viento empezaba a cambiarles el rumbo del navío. Morgan quien se había adelantado hacia el timón, vio hacia los lejos grandes nubarrones más espesos que la noche misma – ¡amarren bien esas sogas y bajen las velas, que esta noche nos recibirá una tormenta!- anunció, tal parecía que aquello ya era común.
Mientras tanto, en otro barco, a cientos de kilómetros de distancia del de Yuuri, Víctor veía como tras de él se retorcían las nubes en señal de tormenta. Los estruendos eran tan fuertes que pese a no estar ni remotamente cerca, podía escucharlos. Y en acto reflejo, jugó con el anillo que posaba sobre su anular, había adquirido el habito de girarlo cuando se encontraba absorto o tenso. Su mente viajó hacia los recuerdos de los días que pasó con Yuuri y se preguntó si este lo odiaba por la egoísta decisión que había tomado.
Sus ojos se perdieron entre la negrura de la noche y el mar agitado, recordándole a los cabellos color cuervo que danzaban mágicamente cada vez que el chico patinaba. Sonrió ante hermosa imagen y pidió pronto volverla a ver y sobre todo, volver a estrechar a Yuuri entre sus brazos como pocas veces había tenido el gusto de hacer.
-Solo un poco más- rogó con desespero y como forma de calmar sus miedos, aunque en sus adentros sabía que luego de hacer el pacto con el hada del Norte, tardaría un año o dos en regresar de nuevo al pueblo puesto que su reserva monetaria ya estaba llegando a su fin.
El viento se agitó sobre su cabeza, arrancándole el gorro que tenía puesto para protegerse de los copos de nieve que anunciaban el inicio de las aguas del helado país del Norte. Vio con resignación como aquella ligera prenda danzaba al son del viento helado y se perdía.
Días más tarde, con el sol saliendo por el horizonte, los marineros del turno de la noche empezaron a ser relevados por los de la mañana, entre ellos estaba Yuuri quien se quedó a cargo de cuidar las velas. La tormenta que les había recibido la primer noche fue fuerte pero amainó al tercer día y ahora, a mitad del camino y con el viento meciendo todo de forma gentil, un objeto llegó volando hacia él, todo parecía mágico.
Entre sus manos apresó lo que parecía ser un trozo de tela, seguramente alguien había sido víctima del travieso aire marino. Curioso, inspeccionó la tela, dándose cuenta que se trataba de una gorra ligera para protegerse de la nieve. Un aroma familiar lo inundó y su corazón pareció detenerse ante la realización. Acercó más la prenda hacia su nariz y de inmediato, una sola hebra platinada le saludó, ¡era de Víctor! El mundo de repente pareció volverse más cálido y los azules se transformaron en hermosos rosas, el amor estaba pegándole duro y sonrió con alegría por como el destino aunque cruel, mostraba su lado benevolente al enviarle una pieza de su amado.
Se sentía cálido y aquel cansancio y desvelo parecieron haber valido la pena –pronto estaremos juntos- reafirmó con renovada esperanza mientras agradecía al aire tan noble gesto que tuvo con él.
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Don y Maldición
FanfictionEn un mundo donde los dones existen, Victor Nikiforov quien tiene la maldición de alejar a las personas que ama y Yuuri Katsuki quien tiene la maldición de no ver mas allá de lo que su amor le permite, se conocen y forjan una amistad que poco a poco...