Capitulo 31

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Una fuerte tormenta invernal azotó las costas del Norte una vez Víctor pisó tierra. Los vientos gélidos, acompañados de nieve no permitían a los viajeros avanzar más de un metro para luego ser sepultados por aquella blanquecina tierra.

Menos de una semana había pasado desde que tocó tierra y extrañando un poco su gorro perdido, el peli plata supo arreglárselas, improvisando con su bufanda, una especie de turbante. Su aire real y su vestimenta extrañamente combinada, lo hacían resaltar demasiado, arrancado curiosas miradas de los inquilinos que así como él, se habían quedado atrapados en un hostal que daba con las afueras del pueblo, peligrosamente ubicado a las faldas de una pequeña montaña y por el cual, el precio era extremadamente reducido, perfecto para aquellos que no tienen demasiado dinero.

No tenía prisa de llegar con el hada, hasta cierto punto, estaba alargando lo más posible el perder su don del patinaje. Él amaba patinar, crear historias y ver cómo la gente gozaba de ello pero estaba consciente que si continuaba así, la maldición que iba junto a su don, terminaría haciéndole daño a todos los que ahora amaba y no podía permitirlo.

Suspiró, su semblante era de un hombre en problemas y añoró ser nuevamente aquel jovencito al que poco le importaban los demás, aquel que cegado por el gran ego que le daba su don del amor, solo veía por sus intereses y se justificaba sabiendo que no importase lo que haría, siempre lo amarían de forma incondicional. Y ahora, ya entrado en años, un adulto pensante y habiendo descubierto lo que realmente significada el amor sincero y no el amor artificial producto de un don, se lamentó de aquellas decisiones, pues gracias a ellas, ahora se encontraba ahí, encerrado en una posada esperando a que la tormenta cesase.

Fijó su mirada en el anillo hecho de oro, adornado de intricados patrones y como si de un amuleto se tratase, lo besó y pidió que la tormenta cesase para poder terminar con su misión puesto que las ansias de ver a Yuuri eran mayores a la tristeza que lo invadía de solo pensar que jamás volvería a hipnotizar y sorprender a las multitudes con sus presentaciones. Con aquel pedido silencioso, se dejó caer de lleno en la cama y cerró sus ojos.

Dos días después, como si las suplicas cada noche hubiesen sido escuchadas, la tormenta perdió fuerza, quedando una ligera ventisca que te permitía atravesar la ciudad y caminar sin miedo a quedar sepultado bajo el blanco manto que rodeaba aquella zona costera del Norte.

Tomó sus pocas posesiones y no esperando ni un minuto más, empezó a caminar con dirección hacia las montañas nevadas, esas que hacía años había visitado y que ahora volvería a visitar pero con un objetivo diferente. Inhaló fuerte y rogó que el hada aun tuviera su hogar en aquella cueva donde le encontró esa vez.

Mientras abandonaba la ciudad, a algunos kilómetros de distancia, un barco proveniente de las costas del Este hacia aparición en el horizonte nevado. En dicho barco, Yuuri veía con entusiasmo las tierras que nunca imagino conocer puesto que con la maldición que meses atrás poseía, el viajar era un imposible.

Su interior se sintió dichoso de ver aquel paisaje blanquecino y aunque anteriormente todo era blanco, negro y matices de ambos tonos, aquello era diferente. Sus pupilas dilatadas debido a lo asombroso que resultaba el lugar no perdieron ningún momento y admiraron hasta donde pudieron. Casas de techos casi puntiagudos, gente de vestimentas más extrañas que las que vio en la ciudad frontera y voces en un idioma diferente al suyo lo maravillaban de sobremanera.

-¡Amarren las velas!- ordenó el capitán en un intento de reducir la velocidad del navío -¡Preparen las amarras y el ancla!- añadió, puesto que con la velocidad que llevaban, en menos de una hora estarían en el puerto.

Los marinos con prisa y atendiendo las ordenes de su capitán, empezaron a moverse mientras alzaban la bandera de su pueblo natal, anunciado así su pronta llegada a aquellos comerciantes que les esperaban con gusto. Especias, pieles de animales desconocidos y hortalizas recolectadas de diferentes pueblos del Este era lo que contenía el barco y para aquel país casi helado, eso era más valioso que el oro, la plata o cualquier piedra preciosa.

Don y MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora