Capitulo 8

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Víctor danzaba con Makkachin en brazos por todo el vestíbulo, estaba contento de solo recordar lo que días atrás había ocurrido. Yuuri, el patinador anónimo, el ente que encontró aquella noche nevada hizo acto de presencia en el lago del pueblo, embelesándolo con aquella metáfora del ave volando. Era increíble y poderoso, lleno de sentimiento, de libertad.

Revivía a cada instante esa magia que nacía de sus cuchillas y aunque gris y efímera, se había grabado profundo en su memoria –Oh, Olga, estoy experimentando gran felicidad- dijo en voz alta mientras del otro lado del lugar se encontraba la mencionada, ahora remendando un viejo mantel del comedor de la cocina.

-Es bueno escuchar eso mi amo- respondió sin apartar la vista de la aguja e hilo –aunque esperaba que esa felicidad se la trajera una doncella y no un joven que no puede ver- dijo mordaz, resignada a que su benefactor fuese un chiflado.

Los cabellos platinados cubrieron el ceño del joven -¿lo has visto patinar, Olga?- preguntó, sintiéndose poco ofendido por las mordaces palabras de su ama de llaves.

-Muchas veces cuando era apenas un niño. Era hermoso, como un ensueño- dijo mientras sus ojos se cristalizaban producto de los recuerdos –y ahora solo queda en mi memoria- detuvo el bordado para secar algunas lágrimas que se asomaron –es una lástima que su familia lo sobre proteja.

Víctor dejó de bailar y puso a su perro en el suelo. Miró una última vez a Olga y reflexionó sobre lo último que ella dijo. El recuerdo de su viejo don vino a su cabeza, el amor que duele y daña, aquel que te aparta de la gente y te deja una constante sensación de soledad, ese era el amor que Yuuri seguramente estaba viviendo y no le gustó –iré al pueblo- avisó al tiempo que se colocaba una capa que lo cubriera del viento que azotaba fuera.

Fue a pie, no le apetecía andar a caballo. Caminó lo equivalente a un kilómetro antes de divisar las primeras casas y agradeció que no fuese verano. Vio muchas caras conocidas, algunos eran sus empleados durante las temporadas de siembra, los saludó mientras siguió avanzando hacia el lago del pueblo, estaba seguro que el chico estaba ahí, no traía patines, solo iría a verlo patinar.

Llegó al lago y vio nuevamente caras conocidas pero no estaban ese par de hermanos. Suspiró derrotado, otra vez tenía que esperar y ahora no tenía como matar el tiempo. Se sentó en el dique cerca del puente y escuchó los chismes de la gente que pasaba sobre este; muchos de estos eran sobre la hija del panadero o del sastre que tenia de amante a la esposa del carnicero. Chifló levemente y agradeció no tener cola que le pisaran.

A la hora de estar esperando y con los primeros copos de nieve cayendo sobre su cabeza, desistió y emprendió camino a casa. El clima era traicionero, eso lo comprendió cuando ya había atravesado casi la mitad del pueblo; el viento amenazaba con robarle la capa y la nieve se convirtió en ventisca –necesito donde alojarme- dijo mientras buscaba con la mirada alguna posada y agradeció su suerte cuando se encontró con lo que menos espero encontrar: Yutopía.

Ni bien había atravesado la puerta cuando la figura del patinador se presentó –bienvenido sea a Yutopía- le saludó con educación. Las ropas que usaba eran diferentes a las que le vio el día que se encontraron en el lago del pueblo, una camisa de manga larga y holgada y una especie de boina café cubría sus cabellos azabaches.

-Pero que coincidencia, Yuuri- dijo feliz de verlo, era una sorpresa que lo llenaba de gozo. Se deshizo de la capa y sacudió el exceso de nieve –se desató una tormenta y dudo que se detenga esta noche, ¿tendrás un cuarto disponible?

Yuuri quien pareció reconocer su voz, se acercó rápidamente hacia el recién llegado, incluso olvidó usar su bastón pero se aseguró de usar su brazo, como si midiera las distancias. Se paró frente a Víctor y lo miró de forma fija, como analizándolo -¿Víctor?- preguntó y antes que este pudiera responder, Phichit ya había hecho acto de presencia.

-¡Víctor!- exclamó el moreno con gran efusividad -¿Qué te trae por aquí? ¿Acaso nos estas acosando?- dijo sin malicia alguna, con el tono tan animado que pareciera que esos tres eran amigos de toda la vida.

Las orbes azules viajaron de un hermano a otro mientras una sonrisa algo falsa adornó el rostro de Nikiforov –hay una tormenta que no parece que vaya a detenerse, le preguntaba a Yuuri si tenían algún cuarto disponible para pasar la noche.

Phichit pareció pensárselo por un momento, Víctor no le caía mal y había salvado a su hermano de una peligrosa caída –no tenemos cuartos pero puedes quedarte en el nuestro, a nuestros padres no les molestara- ofreció, era lo mínimo que podía hacer.

Y mientras el moreno decía aquello, la madre de ambos salió del restaurante que tenía la posada -¿es amigo de ustedes?- preguntó curiosa al ver como Yuuri y Phichit se encontraban rodeando a Víctor.

-Sí, se llama Víctor, salvo a Yuuri el otro día- explicó el mayor de los hermanos.

Los ojos de la señora se iluminaron –en ese caso, que se quede a cenar- dijo de forma casual –Yuuri, Phichit, llévenlo arriba y háganle compañía hasta la hora de la cena- les ordenó antes de volverse a perder en el interior del restaurante.

Don y MaldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora