CAPITULO DOS

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Desde las dieciséis en punto, Blue se subía cada día a su pequeña banqueta para darse más tamaño, y admirar con comodidad su llegada a través de la ventana

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Desde las dieciséis en punto, Blue se subía cada día a su pequeña banqueta para darse más tamaño, y admirar con comodidad su llegada a través de la ventana. El hombre solía ser puntual, se estacionaba a las dieciséis y quince, y ella sonreía feliz de verle cumplir su promesa de visita, aunque fuese poco tiempo.

Esa tarde no fue diferente, llegó, y al verlo descender saltó de la banqueta para ir a su encuentro, cuando llegaba a la entrada él ya estaba abriendo la puerta, listo para tomarla entre sus brazos y concederle un beso en su sonrosada mejilla.

No tenía idea de lo que él era para ella, pero nada impedía que lo amara incondicionalmente.

—¿Cómo te has portado hoy, Blancanieves? —le preguntó. Cerró la puerta con su pie, entrando a la sala, a la vez que Mildred aparecía en el salón.

—No me llamo Blancanieves, me llamo Blue —Siempre se lo decía, pero él lo olvidaba.

—Es que te pareces mucho.

Le dio un beso más a la niña, antes de dejarla en el suelo e ir hasta donde se encontraba Mildred, sonriente, admirándolo, sus pupilas iluminadas le hacían sentir completamente enamorado de ella, aunque no pudiese demostrárselo en realidad.

La tomó de la cintura al estar frente a ella, y por Blue le dio un beso en la mejilla, muy cerca de la comisura de sus labios.

—Me he portado bien —continuó la niña, sintiendo un poco de vergüenza por las muestras de cariño que se daban —¿Me has traído algo? —Hizo un pequeño mohín que le sacó una sonrisa.

Estaba terminando de ocupar asiento en el sofá de cuero, cuando la niña se trepó en su regazo con facilidad, ignorando el llamado autoritario de Mildred, su atención no daba para otra cosa que no fuese el regalo, sabía que era, pero no evitaba emocionarse.

Su boca estaba hecha agua, él jugaba con sus deseos al demorarse llevando su mano a la cara interna de su americana, en su bolsillo. Se le hizo eterno el momento en el que el trozo de chocolate salió, su envoltura roja le parecía linda, mas no lo suficiente para no romperlo en cuanto lo tuvo entre sus manos.

Se deleitó con el delicioso sabor del cacao mezclado con la leche, relleno de una crema de maní, que se deshacía con rapidez en su lengua. Soltó un débil gemido de satisfacción al acabarlo.

—Así se comió Blancanieves la manzana y por eso murió —bromeó el hombre con malicia, sabiendo que ya no le daba miedo.

—Se murió porque estaba envenenada —le corrigió con rapidez —La reina mala se lo dio, ¿tú me darías un chocolate envenenado?

—Nunca haría nada que te lastimara —Le dio un beso en su cabeza —Te lo prometo, Blancanieves.

Tras su promesa bajó de su regazo para irse a la habitación, un paseo corto en busca de su nueva muñeca, quería enseñársela, pero a su vuelta al salón, todo había cambiado. La sonrisa de Mildred se había borrado, la dulzura del hombre se había esfumado.

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