CAPITULO TRES

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Amelie despertó con un punzante dolor en su cabeza, cada latir era insoportable, además del cumulo de agotamiento colado en cada uno de sus músculos

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Amelie despertó con un punzante dolor en su cabeza, cada latir era insoportable, además del cumulo de agotamiento colado en cada uno de sus músculos. Estaba cansada, tenía días sin descansar, pese a que pasaba la noche en cama, durmiendo.

Las turbulencias en su cabeza estaban pasándole factura, todo se resumía a su tenso ambiente laboral, lo pesado que era Charlie, y sus constantes amenazas de que la tomaría con o sin su consentimiento.

Era una bomba de tiempo, por algún lado iba a estallar, y todas las estadísticas estaban en su contra, pero mientras no sucediese ella estaba dispuesta a continuar. Se preparó como cada mañana, el uniforme negro de falda y blazer con una camisa azul bebé abajo, pantimedias y tacones negros. Se maquillaba muy poco, y su cabello, color azabache, lo llevaba lacio, abierto a la mitad.

La puntualidad era una norma para ella, siempre era de las primeras en llegar a la oficina, solía preparar todo para su jefe antes de que este llegase, tenía una hora y media para ello, pero esa mañana fue diferente.

Al abrir la puerta de la oficina, se lo encontró apoyado en el escritorio, con la vista fija en el ventanal, y un habano en la mano. Dejó de respirar un segundo, bloqueando a sus pulmones la entrada del aire impregnado de tabaco, tan repugnante, que el café que había consumido como desayuno se le revolvió.

—Buenos días, Señor Brownbear —susurró atónita de que estuviese allí tan temprano.

—¿Qué tienen de buenos, maldita zorra?

Cerró los ojos, sin otra opción que infectarse del pesado ambiente al tomar una respiración profunda, era eso o dejar que sus ojos se humedeciesen, y no, no iba permitirse llorar frente a Charlie, mientras más le demostraba su debilidad, más abusaba de ella.

—Lamento interrumpirle, yo... —relamió sus labios, frotó sus manos contra su falda al sentir su naciente sudor —, no tenía idea de que ya había llegado.

—Ven aquí.

Vaciló un instante en cerrar la puerta, pero por su propia seguridad decidió dejarla abierta. Intentó dilatar tanto como pudo su caminata, pero su falta de querer le hizo pensar que había corrido hasta él, hasta quedar a su lado.

Por la sorpresa, no pudo retener el jadeo que nació en su garganta, cerró sus puños para no llevarlos a su boca, controlando así su impacto al verle la cara moreteada. Su ojo derecho estaba apagado, casi negro, su labio roto y tenía dos puntos de sutura en su mejilla.

—¡¿Qué le pasó?! —soltó.

—¿Vas a fingir que no lo sabes?

—Señor, yo no...—Se calló, un segundo, para gritar.

Como un reflejo sus dedos libres se cruzaron entre los oscuros mechones de su cabello, apresándolos en su puño, desde la raíz. Charlie no le cedió ni la oportunidad de protegerse, en cambio, la zumbó contra los resistentes ventanales de vidrio laminado haciéndole impactar con fuerza su espalda.

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