CAPITULO CINCO

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El estridente sonido de su alarma a las cinco de la mañana la despertó

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El estridente sonido de su alarma a las cinco de la mañana la despertó. Intentó hacer el primer giro, más se quedó tranquila, sujetándose cada lado de su cabeza al sentir un doloroso tirón. Le dolía todo, como si la hubiesen tirado por unas escaleras.

Respiró profundo, más no consiguió apaciguarlo, la alarma continuaba sonando, taladrándole el cerebro. Maldijo, la boca la percibía amarga, el estomago revuelto, y todo continuaba dándole vueltas. Luchó contra sus parpados, pestañando cada tanto hasta que conseguir tenerlos abiertos. Se levantó, y con una mano frotándose los ojos y la otra sobre su abdomen caminó como un zombi hasta la sala, donde estaba su teléfono.

Apagó la alarma. Se dirigió de nuevo a la cama, si esa era su primera resaca la iba a pasar acostada, arropada de pies a cabeza, no se sentía en condiciones de nada más, hasta respirar le dolía, estaba mareada, y una desesperante presión en la boca de su estomago le amenazaba con botar todo el contenido de su estómago. Pero, antes de colocar la primera rodilla sobre el colchón, el teléfono que continuaba entre sus dedos, vibró.

Una notificación de actualización. Maldijo, a punto de tirarlo, cuando se fijó en algo más en su barra de notificaciones, un mensaje de un numero desconocido. Tragó grueso al leer el contenido, el nombre del remitente al final, haciéndola dudar de cuanto alcohol había bebido y las probabilidades de que estuviese delirando.

La espero a las 7h en mi oficina.

Michael Brownbear.

Tiró el teléfono en la cama, y salió disparada al baño, llegó a tiempo para depositar el vino, lo único que había consumido el día anterior. El esfuerzo le provocó dolor en las costillas, pero a su termino se sintió más liberada, sin limpiarse se dejó caer en el suelo, no tenía fuerzas.

—Joder... No vuelvo a beber más nunca —gruñó, repugnándose con el sabor amargo en sus papilas.

Cada bombeo de sangre, en su cabeza se sentía como un martillazo. En su mesa de noche estaban las pastillas, pero no podía devolverse, dudaba incluso de conseguir ponerse de pie sin caerse. Lo intentó, y todo lo que pudo dar fue un penoso gateo hasta la ducha, se pegó de la pared, y al estirar su brazo dio con el botón.

Chilló al rocío del agua, más se mantuvo impasible, un baño siempre le sentaba bien. Dejó que le recorriese el cuerpo, cuando pudo se quitó la bata, y sujetándose de las baldosas se puso de pie permitiéndose un baño en condiciones. Al lavarse los dientes acabó con la mitad de su malestar, disminuyó la tensión de sus músculos, y al volver por la pastilla tuvo la esperanza de acabarlo por completo.

Se tiró en la cama de nuevo para comprobar que el alcohol le había dado una mala pasada, pero no, el mensaje seguía en su teléfono. Maldijo en voz baja, hasta su voz le resultaba molesta para su cabeza.

Tenía una hora y quince minutos para llegar a la cita, una resaca en proceso, y cero fuerzas para defenderse.

Estaba en clara desventaja, siempre lo había estado, y eso jamás la detuvo, porque no era una cobarde. Repitió todos los pasos, se fue al baño, vomitó metiéndose dos dedos en la garganta, bajo el roció del agua se aclaró la cabeza, y tras lavarse los dientes volvió a tomar una segunda pastilla.

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