El trono estaba reluciente como siempre, y en tal trono estaba el rey George, igualmente reluciente como el trono.
Fulgor entraba por la gran puerta del salón.
El rey George le daba una sonrisa a su hija cuando esta se le acercaba por el corredor.
-¿qué pasa?
La joven no respondió y siguió caminando.
Estaba la joven ya a diez metros de su padre cuando por fin abrió la boca.
-dame un abrazo y perdóname.
Los dos abrieron sus brazos y se unieron en un reconfortante y fraternal abrazo.
A los ya diez segundo Fulgor levantó su mano y empuñó el cuchillo de plata. Estaba lista para matar a su padre y por fin reinar. Pero algo muy extraño sucedió, algo que no estaba en los planes de Fulgor.
La plata del cuchillo empezó a fundirse en la mano de Fulgor, haciendo que la niña gimiera de dolor en pleno oído de su padre.
La razón de Fulgor cedió y soltó a su padre. Se fue corriendo por donde llegó, mientras que una lágrima de entre dolor y de culpa brotaba desde sus ojos.