hámster || katsudeku

almohadillas

Katsuki estaba algo tembloroso, desde la muerte de su tortuga que no se sentía de aquella manera. Como, triste y preocupado.

Sus almohadillas cubrían de forma muy bonita el cuerpito del hámster, que sólo asomaba la nariz entre los dedos entrelazados del león, moviendola tiernamente.

Denki estaba rojisimo mientras ambos —y el hámster— se dirigían a la enfermería.

“esos... ¡Metiches!, ¡Ahg!” Parecía que el pollito iba a explotar de la rabia que tenía. El pobre tenía la mandíbula bien apretada y los ojitos llorosos. Katsuki también estaba enojado, pero al parecer el hecho de tener entre sus garras a Izuku lo calmaba demasiado.

Cuando llegaron a la enfermería, la señorita que atendía había salido, así que con confianza se metieron ambos. Dejaron al hamstercito en una camilla, Denki le hizo un improvisado nido con una manta de consultorio y Katsuki soltó leves feromonas suaves, para tranquilizar a la presa.

Denki picó con suavidad el brazo del león, haciéndole una seña para salir. Al menos del espacio de la camilla y cerrar con las cortinas de papel que ahí había. Le dejaron su ropa y encerraron al hámster, que al parecer se había dormido, mimado por las personas a las que más aprecio tenía.

Empezaron a hablar en susurros sobre lo ocurrido. Katsuki con la voz un poco ronca y Denki algo más chillona. Cuando llegó la enfermera, les pidió amablemente que se retiraran y que ella se encargaría de todo. Llamar a su casa no era opción, y aquello lo sabía muy bien Denki junto a las autoridades de la escuela. Así que simplemente quedaba cuidarlo hasta que volviera a cambiar.

Ambos se retiraron, sin embargo ninguno quedó conforme. Decidieron ir a la cafetería y comprarle algo al hámster, Katsuki eligió un pastelito verde mientras que Denki una barra de caramelo sabor granada.

Cuando volvieron escucharon algunos chillidos tenues tras la tela. Era Izuku, ya vestido pero sin calzado ni calcetas estaba hecho un ovillo en el nido de Denki.

Denki fue a abrazarlo y susurrarle cositas lindas en las orejas rojitas del más pequeño. Medir 1,53 no era algo fácil.

Katsuki esperó su turno, y cuando Denki se separó le hizo un ademán suave para que se acercara, mientras el pollito iría al salón por la mochila y a avisar de la situación al maestro, ya era la hora siguiente.

Katsuki se acercó temeroso, tenía que pedir permiso ya que ahora no era solo el nido de una presa, si no de dos. Era algo especial.

El león produjo un suave ronroneo a una distancia prudente de la camilla, mientras que el hámster alzaba la vista tímido. Le regresó el suave ronroneo, permitiendo que se acercara.

“¿Estás mejor, bonito? Siento muchísimo lo que pasó allá. Esos tontos no te volverán a molestar, ¿Si?” Izuku, con los ojos llorosos asintió a ambas cosas. Y, sorprendiendo al león, alzó sus dos bracitos gruesos, pidiendo mudamente un abrazo. Con un puchero en su carita.

¡¿Cómo iba Katsuki a  resistir su fachada de badboy?!, ¡¿CÓMO?!

Lo arropó entre sus fuertes brazos, arrullandolo. Y, sin poder controlarlo, un suave gorgoteo surgió del pecho del depredador, haciendo al hámster chillar agusto.

Katsuki empezó dando suaves masajes en la nuca de la presa, para mantener tranquilo al chiquillo.

El león cargaba como a un bebé al pecoso, le puso con cuidado los zapatitos y las calcetas, esperando al pollo para irse los tres al apartamento de Izuku. No pudo contenerse y empezó a acariciar las orejitas felpudas.

Denki llegó, con las tres mochilas y un permiso de ida. Solamente sonrió al ver a sus amigos abrazaditos y tranquilos. ¡Se miraban tan lindos! No pudo evitar pensar en cómo se vería su amigo rodeado del harem del león cuidandolo. Una preciosidad.