extra I. cacao y miel

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Ésto de ser el Omega de la manada se sentía raro, y tenía muchas ganas de mentarle la madre a sus alfas, principalmente. Si no fuera por ellos y sus malditos nudos ahora estaría siendo un simple hámster mientras hacía sus cosas de hámster ¡Pero noooo!

Incluso había parado de escribir su tercera novela. Era un novedoso thriller psicológico que, en su opinión, abarcaría lo suficiente para poder obtener miedo de parte de sus lectores.

Regresando al tema y, aunque no quiera admitirlo... La mayor parte de la responsabilidad recaía en su pequeña cola. La palabra clave es «en su».

Quiso pasar su celo con ellos y disfrutar de todo el amor que le podían dar, sin medir las consecuencias. Es decir, ya tenía edad para aparearse y empezar a agrandar la incipiente familia, tenía una economía estable junto a una pareja amorosa y una manada preciosa y sana pero...

No creía verse capaz de criar cachorros, aún sentía que no había leído suficiente sobre ellos y sus cuidados, pero ahí estaba su «no estoy preparado» dándole una buena cachetada. ¡Nunca se está preparado para ser padre, se aprende en el camino!

Izuku se encontraba en el amplio baño al lado de la habitación principal donde había una enorme cama llena de peluches, mantas y una televisión igual de enorme en la cual o jugaban videojuegos o veían películas. (Harry Potter por excelencia, ya que en ocasiones Ochaco e Izuku monopolizaban la misma y ninguno de los mayores podría decirles que no querían ver esa misma saga de nuevo, pues al hacerlo verían las caritas tristes, ¡Eran lo bebés de la manada, incluso si estuvieran viejitos, lo serían siempre!)

Tampoco se sentía capaz de interrumpir la gestación, nop, eso ni siquiera estaba a discusión, el cachorro había sido concebido con amor, con personas en las que él confiaba junto a muchísimo cariño. Y, aunque no haya estado del todo planeado... Bien, debería de hablar con Kacchan. Siempre sabía qué hacer, aunque al final la decisión sería de él y sólo de él.

Porque aunque eran una manada, Izuku era de Izuku, y tenía autonomía corporal junto a un bien ejecutado libre albedrío. Con el paso de los años Izuku consiguió ser un poquito más abierto con los desconocidos. Con sus cercanos era otra cosa, aunque aún le costaba hablar con los primeros, con sus seres queridos podía ya tener una conversación real, aunque siempre llena de morritos, gimoteos y ruiditos de hámster, Izuku siempre tendría su propio lenguaje, así que nada.

Buscó a Kacchan en la gran casa, viendo con cuidado de habitación en habitación. La mayoría de ellas estaba con muchos colchones, almohadas y cosas suaves, con el tiempo las chicas junto a Katsuki descubrieron la adoración que Izuku tenía para con esas cosillas, y como siempre lo mimaron en demasía. (Y por qué no hacerlo, si era su pequeño bebé hámster) Cuando lo encontró en el sótano reparando un mueble pequeño que iba en el nido, Katsuki  le ponía tanto empeño y cuidado que hasta un ruidito salió de entre los afelpados labios de Izuku. ¡En el nido todo debía de estar limpio y cuidado siempre!

Envolvió tímidamente sus manos alrededor de la pequeña pero trabajada cintura de su león , tan perfecto.

Katsuki  le respondió con un gruñido suave que salió desde su pecho. Un ronroneo. A Izuku le parecía tierno, tan lindo, su Alfa.

Sí, había tenido un ligero ataque de pánico hace unos momentos, pero si de algo estaba seguro es que siempre, sin importar qué, su Alfa lo protegería. Incluso de sí mismo.

Dar vueltas y perder el tiempo era algo que jamás sería propio de Izuku. Él iba al grano, porque si hablaba, ¡Lo haría bien!

“Kacchan... Estoy esperando cachorros. Serás papá.”  Katsuki  dejó de limar la tabla, estoico. De a poco su gran cuerpo dió vuelta hasta encerrar el más pequeño del hámster que lo veía con los mofletes inflados —de dulces, probablemente— y ojitos brillosos.

hámster || katsudekuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora