Egipto 8

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31 a.d.c

- ¿Estás segura que no quieres venir a la fiesta? - Romano me pregunto mientras se vestía - César Augusto te invito personalmente.

- No gracias, estoy bien - conteste mientras escribía.

Escuché sus pasos acercarse a mi, asomando su cabeza por mi hombro y viendo lo que escribía

- ¿Sigues escribiendo?.

- Si...

- ¿No te cansas?.

- No...

Siguió viendo como escribía, sonriendo mientras me miraba de reojo

- Escribes como si no existiera un mañana - se burló.

- No existe... no está asegurado para nadie.

- Bueno - se levantó peinando su cabello - No te quedes dormida en la mesa, no voy a poder cargarte.

- ¿Vas a tomar? - me gire viéndolo acercarse a la puerta.

- Por supuesto, no te quedes despierta tampoco - salió, yéndose del cuarto.

Suspire, feliz de tener un momento para estar sola con mis pensamientos.

Romano había hablado mucho de llevarme a su territorio, pero yo insistía en regresar al mío. Extrañaba el sol dorado y la arena más que nada en este mundo.

La fiesta de hoy era por que el emperador se había casado, decidió hacer la boda en un punto intermedio para que todos pudieran asistir.
Yo fui, y la verdad, fue muy hermosa, muy distinta a las bodas de mi territorio.

Se nota que Romano y Cesar tienen un vínculo; durante toda la boda estaba sonriendo, mirando a su compañero orgulloso, aunque ya era como su décima boda.

- El amor es hermoso - susurraba mientras la boda sucedía - Los poetas siempre hablan de eso, pero jamás logran capturar la esencia del sentimiento.

Negué con la cabeza, no estaba de acuerdo pero no sabía cómo explicarlo.

- Los poetas no saben nada - susurre.

Romano se giró hacia mi confundido, pero no me dijo nada, solo volteo de nuevo a los emperadores.
Cuando la boda había acabado, Romano se acercó a su amigo para darle un abrazo y felicitarlo.
Yo me quede lejos, no quería saber nada del hombre.

Hubo un momento en el que la mujer de Cesar me apunto, y Romano me miro, volteándose de nuevo a la mujer y respondiendo algo con una sonrisa.
Poco a poco me acerqué, ya me quería ir, debía de avisarle antes de irme.

Pero cuando llegue, escuché a Cesar decirle algo a Romano que no pude distinguir, pero él se quedó rojo, mirándome con la boca semi abierta.

No supuse nada de eso, pero de tanto pensarlo me quede dormida en la mesa encima de mis papeles.
Mi cerebro estaba consciente, pero mi cuerpo ya no respondía.

- Ya llegue - Romano hablo semi borracho.

Escuché sus pasos detenerse, soltando un suspiro

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