Treinta y dos

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Mi abuelo me contó, un suceso que años después fui partícipe de él.

Unos hombres, en un paraje conocido como la Cruz del Santín, fueron apresados en ese lugar, eran republicanos que pretendían alcanzar un lugar seguro para refugiarse y poder huir a Francia. Tienen la mala suerte de encontrarse con un grupo de falangistas de la zona, entre ellos había uno del pueblo de mis abuelos. Los torturan durante días, de la peor forma posible, se ensañan con ellos, les meten astillas debajo de las uñas, les pegan hasta desfigurar sus rostros, les sacan los ojos a algunos y a los que no, les clavan agujas en los ojos, y los castran, yo me imaginó que todo ello estando aún con vida. El falangista de mí pueblo les dicen que no es necesario tanto salvajismo, la respuesta de aquellos fue que si querían le hacían a él lo mismo, éste no era malo, era uno de los ricos del pueblo y su padre anciano, le había obligado a ser uno de ellos. Llegan al pueblo en un carro tirado por bueyes donde se veían los cadáveres, las marcas de los miserables que los habían ajusticiado. Todos los vecinos vieron esta escena macabra. Buscan al enterrador, un hombre casado y con dos niños pequeños. Era un hombre de bien, justo, un hombre religioso, iba a misa los domingos y se confesaba puntualmente. Llegan a su casa y le dicen que tiene que enterrar los cuerpos de aquellos que días antes habían matado. Al ver los cuerpos se queda horrorizado, sin dilaciones atina a decirlesque no los entierra," que los entierre el que los mató". Su mujer que se encontraba en la casa en ese momento con los dos hijos del matrimonio. Ante la negativa de su marido, le implora que los entierre, que ya están muertos, que no es su problema, lo dice a sabiendas de lo que ella ve y sabe que les pasará a todos si su marido no lo hace. El enterrador, se mantiene firme, vuelve a repetir lo que dijo en un principio: "el que los mató que los entierre". Los verdugos deciden perdonarles la vida, le dicen que los guíe hasta un lugar apartado, donde poder enterrarlos, los conduce a un sitio conocido como la "Peña del ahorcado". Cuentan que los monjes que habitaron el Monasterio que hay, en su particular forma de aplicar justicia, ahorcaban allí a la gente.

Una vez en este lugar, los asesinos cavan la fosa que albergará los cuerpos hasta que un buen día, los que se niegan a olvidar, puedan relatar el horror que vieron y el lugar exacto donde se encontraban los cuerpos.

Yo viví en primera persona la segunda parte de esta historia. Un día volvía del colegio, vi un grupo de hombres y mujeres que merodeaban por el pueblo. Mis vecinos decían que buscaban al enterrador, un hombre mayor, al que su hijo y su nuera cuidaban. Venían a buscar "a los del ahorcado". El hijo del enterrador, que a su vez era el enterrador del pueblo, contó lo que aconteció en su casa. Una vez allí muy educamente le preguntaron si podían hablar con su padre, buscaban el lugar de enterramiento de sus familiares. Les invita a pasar y les presenta a su padre, se echa a llorar recordando aquel día, lo primero que les dice, es que él no los enterró, que no hubiera podido dormir con aquello sobre su conciencia, que le hubiera dado igual morir con ellos, que vivir muerto en vida. La respuesta de estos es inmediata, le agradecen su valentía y le preguntan si sabe dónde los enterraron, porque los vecinos desconocían este hecho, pero si sabían que él no los había enterrado.

Les dice que si, los conduce a un lugar cercano a su domicilio, en pleno bosque es donde estaban enterrado los cuerpos. Nada se supo más de esta gente, ni de lo que hicieron una vez hallado el lugar, se comenta que eran gente adinerada, con el beneplácito del alcalde habían sacado los cuerpos y se los habían llevado. Sea como fuere, lo que sí es cierto es que se fueron de la noche a la mañana.

Al Bando VencidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora