Capítulo 3 - Un reflejo para olvidar

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Al abrir los ojos, estaba recostada sobre una camilla en una habitación amplia. De paredes blancas y suelo resbaladizo. Frente a ella reposaba una vitrina y una cómoda, ambas llenas de papeles e instrumentos clínicos. Toda la habitación se encontraba ambientada como una sala médica, atestada por un fuerte olor a químicos y detergentes.

Ginebra miró a todos lodos tratando de averiguar en donde se encontraba esta vez. A su izquierda había dos camillas más, idénticas; y al final una puerta café. Miró sus manos que estaban atadas a la camilla, al igual que sus pies. Forcejeo por unos instantes, pero resultaba inútil. Además, vestía una insípida bata azul. "Como en un hospital", pensó.

Pronto sus únicos pensamientos comenzaron a rondar en base a la experiencia anterior. "Mi nombre es Ginebra, tengo veintisiete años", se dijo susurrando. Estaba orgullosa de recordar su nombre y su edad.

Pero a esas palabras se resumían todos sus recuerdos.

Vino a su mente aquella habitación oscura en la que se había visto envuelta unos momentos atrás. No sabía que día era, dónde estaba, o cuánto tiempo había pasado desde la última vez que despertó. Sentía como si su vida hubiera empezado otra vez, en una habitación fría, bajo un faro de poca luz. Llorando. No recordaba nada más.

Por unos instantes se sintió como un bebé.

Habría deseado serlo.

Ginebra se cuestionó constantemente si estaba en un hospital mientras observaba el techo gris. E intento convencerse de que era así; incluso si nada parecía tener sentido, su razonamiento se encontraba borroso. 

La puerta se abrió. Entró lentamente a la habitación un hombre de cabello oscuro con algunas canas apenas visibles; de mayor edad a la de Ginebra; tenía una complexión común entre los hombres; vistiendo ropa azul y llevando consigo un contenedor de vidrio lleno por la mitad de una bebida blanca. Ginebra se cuestionó inmediatamente si a él pertenecía la melódica voz con la que había mantenido una conversación momentos atrás; pero una nueva idea se formuló en su mente al verlo caminando hacia ella: "un enfermero, o puede que un médico", concluyó, y se sintió bien al realizar aquella conjetura.

—Hola, soy David, ¿Cómo te sientes? —pronunció de manera amable y sonriendo. Y con esas cuatro palabras, Ginebra supo que no se trataba del mismo chico de antes. Pensó que tal vez pudo haberse distorsionado con el altavoz. Pero sabía que eran voces completamente distintas, casi opuestas pues la del altavoz era juvenil y más brillante; mientras que la de David, a pesar de su amabilidad, se mantenía en tonos más oscuros y aseñorados.

—¿Dónde estoy? —preguntó ignorando sus palabras; y una vez más, su voz le pareció ajena a ella.

—No puedo ayudarte si no me respondes —dijo mientras reposaba el contenedor de vidrio sobre una de las cómodas frente a las camillas.

—Me siento cansada.

David se acercó y comenzó a desatar una de sus manos con cautela.

Llevaba consigo, en su bolsillo de la ropa, una jeringa pequeña llena de diazepam. Preparada por si las cosas buscaban salirse de control. El día anterior había tenido que usarla por primera vez.

—¿Recuerdas tu nombre ahora?

—Ginebra.

—¿Qué hay de tu edad?

—Veintisiete años —hubo un silencio. Ginebra sentía que respondía como una niña en clase de matemáticas al ser cuestionada por las tablas de multiplicar. E intento llevar sus recuerdos a su etapa escolar, mas no había nada. "Es mi turno para preguntar", se dijo con cierta valentía y esbozó: ¿estoy en un hospital?, ¿dónde?

Déjame entrar a tus recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora