Capítulo 10 - Pensamientos que se superponen

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Sus relojes marcaron las trece horas emitiendo una leve alarma, aguda e insistente. Los tres despertaron de golpe y comenzaron a incorporarse con lentitud; cuando pasó un minuto después de la hora indicada hubo dos golpes en la puerta, como ya era común, para abrirse posteriormente.

—Es hora de que revisemos sus signos vitales —dijo Erin mientras que daba un paso a un costado permitiendo que Lydia y Adam, quienes no lo cuestionaron, pudieran salir acompañados por David. Y junto con Makeda ayudaron a Ginebra a ponerse de pie—. ¿Fue relajante la ducha? —preguntó dado que la cercanía a su cuerpo le permitió oler su cabello fresco y frutal.

—Si, claro —contestó Ginebra con un semblante apagado y con los ojos entreabiertos.

Makeda y Erin compartieron una mirada tratando de especular la reacción tan apagada de su parte. Y tras mantener una conversación sólo con sus ojos, ambos supieron que sus compañeros no la habían recibido de la mejor manera tras escapar.

Una vez estuvieron en la planta baja, se dirigieron hacia la sala médica para realizar la única rutina en la que permanecían en silencio frente a sus responsables, y usando la voz únicamente para responder las interminables preguntas respecto a su estado físico.

—¿Dolor de cabeza? —preguntó Erin a Ginebra.

—No —ella se limitó a mirar su muñeca lastimada. Evitó el contacto visual con él.

—¿Qué hay de las alucinaciones?, ¿Has presentado alguna otra?

—No, tampoco —el que la voz de Ginebra fuera tan apagada y su actitud tan pasiva le pareció molesto. Creyó conocer sus razones, pero no quiso que se mantuviera en ese estado.

Cuando David y Makeda terminaron de revisar los signos vitales de Adam y Lydia, que resultaban estables como la mayor parte del tiempo, salieron de la sala médica acompañados por David.

Ginebra esperó para ser llevada por Makeda y Erin, odiando su dependencia hacia ellos, y la lejanía que mantenía hacia Lydia. Sintió el calor subiendo hasta sus mejillas y amenazando en traducirse a un fuerte llanto, pero logró contenerlo.

—Esta bien —dijo Erin colocando su mano extendida frente al rostro de Makeda indicándole que se detuviera—. Puedo hacerlo yo, además quisiera revisar el tobillo de Ginebra antes de que suba.

—Si tu insistes —contestó Makeda y salió de la sala médica, preguntándose en su camino si Erin era capaz de empatizar con Ginebra sin asustarla.

—La venda se mojó cuando tome un baño —dijo Ginebra mientras subía sus piernas en la camilla, doblando el pantalón hasta la rodilla—. Pero creo que solo es cuestión de tiempo para que deje de dolerme, o para que pueda caminar.

—Esta bien, voy a ponerte otra venda —contestó mientras tomaba su tobillo y revisaba que la inflamación no aumentara.

El silencio duro apenas unos segundos mientras que Erin le colocaba la vena haciendo presión sobre su tobillo.

—¿Es todo? —preguntó Ginebra intentando pararse. Erin la detuvo.

—¿Qué paso cuando te fuiste? —la cuestionó acercándose a su rostro. Con su mano derecha, ya sin el guante de látex, limpió la poca suciedad que había en uno de sus ojos, producto del llanto. Ginebra se mantuvo a la defensiva frente a su mano, pero su tacto no fue hostil, más bien era suave y delicado. Limpiaba su cara, pero se sentía como un caricia.

—No es nada en realidad —contestó bajando la cara.

—Siempre me has mirado a los ojos —Erin buscaba que su voz se mantuviera afable. "Sería tonto de tu parte esperar que responda asertivamente a tus preguntas si la inflexión de tu voz y tu lenguaje corporal la asustan" se dijo, y dio un pequeño paso hacia atrás.

Déjame entrar a tus recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora