Capítulo 2 - Detrás del interruptor

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Abrió su carpeta con brusquedad. Las hojas estaban marcadas por manchas de café. Cada página se encontraba repleta de palabras apenas perceptibles, con una letra cursiva confusa, que solo él era capaz de leer e interpretar a la perfección. Cualquier persona podría pensar que justo esa era el tipo de letra de un médico profesional, nadie esperaría una caligrafía perfecta de quien ha ejercido la medicina desde los catorce años, y que a su corta edad de treinta y cuatro poseía un triple doctorado en neuropsiquiatría. Pero él sabía que solo era su constante piqueteo de ansiedad que lo perseguía en cada pequeño acto que realizaba. 

Odiaba esa sensación, pero le gustaba creer que le apoyaba en cada paso que daba.

Tomó asiento tras el vidrio polarizado, y encendió la luz de la habitación frente a sus ojos. Estaba nervioso, se dijo a sí mismo: "Ya has hecho esto antes. Enciende la luz, después observa y anota. Pregúntale quién es, después observa y anota. Deja que se confunda. Deja que busque respuestas. Deja que llore. Observa y anota. Dale las respuestas a tus propias preguntas, después observa y anota. Apaga las luces. Escúchala. Anota."

Se trataba de una rutina que había practicado antes, pero que necesitaba recordar una vez más.

Estaba orgulloso de sentirse asustado, creía que, si sentía de tal modo era probable que aún no hubiese perdido su humanidad. Al menos, no del todo.

Antes de presionar el interruptor del altavoz, garabateó sobre la carpeta que tenía frente a si:

"Ginebra West.

Día uno."


Al término de lo que solía llamar: "su nueva, y ahora acostumbrada, jornada de trabajo" se recostó sobre el suelo. Estaba frío como si de hielo se tratara, sabía que debía dolerle, pero no podía sentirlo.

Había un debate en su mente:

"Deberías detenerte ahora."

"No. Es justo ahora cuando no debes parar."

"Ya has arruinado muchas vidas, no sigas."

"Ya estas cerca. No te detengas."

"Ya ni siquiera tienes la energía para seguir, por favor detente."

"Piensa en todas las personas que has lastimado. Es tiempo de detenerte."

"No te detengas."

"Es imposible lo que quieres. Cierra las carpetas, apaga las luces, sal de aquí y toma un trago. Después otro, y uno más."

"No lo hagas, llevas cinco años sobrio."

"Toma el vino de la alacena y acepta la derrota."

"Ya casi lo tienes. No bebas, termina el trabajo."

"Eres un asesino."

Esa última represalia le heló la sangre, incluso pudo sentir el piso bajo su espalda lastimándolo. Se puso de pie y se acercó a la mesilla que tenía frente a él.

Miró la carpeta con despreció. Quiso cerrarla para siempre.

"Eres un asesino", se dijo una vez más.

Caminó con desgano hacia la cómoda que se encontraba al fondo de la habitación y sacó una pequeña caja fuerte. Ingresó seis dígitos mientras susurraba frenéticamente los elementos químicos a los que pertenecía su contraseña: "37, rubidio. 83, bismuto. 21, escandio." Sabía que los elementos habían sido seleccionados al azar, pero le gustaba sentirlos propios aunque no fuera así.

Dentro de la caja fuerte tenía lo que él llamaba "solo en caso de emergencias", que consistía en dos botellas pequeñas, de vodka y whisky respectivamente. 

Durante su tormentosa juventud había tenido serios problemas con el alcohol, y posteriormente con las drogas: "¿De qué otra manera habría conseguido mi triple doctorado?", se dijo irónicamente pensando en las noches durante la universidad en las que pasaba el tiempo drogándose casi hasta perder la conciencia en su habitación sin que nadie lograra notarlo. Para cuando se había convertido en un adulto había sustituido su adicción a los psicotrópicos por una dependencia al alcohol. Y llevaba cinco años sobrio, limpio. "Ahora eres adicto a destruir vidas", se dijo y regresó la primera botella a su lugar.

Tras observar su "solo en caso de emergencias" dos largas horas cuestionándose cuál sería el siguiente paso terminó cerrando de un golpe la compuerta metálica creando un estruendo que solo él logró percibir. No sabía de donde había surgido esa fuerza de voluntad, pero estuvo feliz de tenerla.

Nuevamente se incorporó y camino hacia la mesilla. Tomó asiento y sujetó una pluma con la mano derecha. Miró la carpeta, y con la poca energía que conservaba habló ante las paredes como si estas lograrán escucharlo: "una vez más, un último intento".

Hubo un silencio, y con su melodiosa voz hablo en alto: debo terminar lo que empecé.




(Delta: una canción corona con picardía el capítulo: Mad IQs - I DONT KNOW HOW BUT THE FOUND ME).

Déjame entrar a tus recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora