Capítulo 18 - Golpear hasta desvanecerse

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—¿Cuál es el sentido de aprender a pelear, Ginebra? —preguntaba Oliver a la pequeña Ginebra de doce años.

—Poder defenderme —la dulce voz de Ginebra estaba llena de ira contenida mientras esquivaba los golpes de su padre con movimientos lentos. Temerosa se inclinaba protegiendo su cabeza y poniendo las manos frente a su rostro. Sentía que estaba interpretando una danza poco coordinada. Habría preferido asistir clases de danza.

Inmersos en una rutina relativamente nueva, Oliver lanzaba golpes al aire, con la suficiente fuerza para noquear a un hombre adulto, pero cuidando con todo detalle el no lastimar a su hija. Llevaban solo unas semanas entrenando, más Oliver deseaba que aprendiera con mayor velocidad, veía el potencial de Ginebra para pelear y entendía que no le gustaba. "Sólo quiero que puedas defenderte de cualquier persona. No quiero que nadie vuelva a lastimarte", decía para si cada que la energía de Ginebra terminaba por los suelos y sus movimientos se volvían lentos.

—¿Qué es lo primero Ginebra?

—Saber protegerme —incluso sus charlas al pelear eran una rutina.

—¿Y después?

—Atacar —tras la segunda respuesta, Ginebra entendía que era el momento en que debía lanzarse contra su padre intentando derribarlo. "Primero me defiendo hasta ganar mi espacio. Después ataco hasta interferir en el suyo", se repetía al tomar valor para dar un salto y lanzarse hacía su padre.

Un golpe. Dos golpes. Tres. Todos fueron al aire, con poca fuerza y sin un destino fijo.

—No estas esforzándote —dijo Oliver intentando mostrar un tono dulce en la voz. "Mi jefe del pelotón me habría gritado y dejado sin alimento un día entero", pensó, "pero no trataré a Ginebra con la misma agresividad que en el ejercito; no será una soldado, sólo será la chica más fuerte que el mundo haya visto."

—Ya no quiero hacer esto, papá —sus lágrimas comenzaron a rodar, no sabía si era por el dolor físico o el emocional—. ¿Podemos tomar un descanso?

Ambos tomaron asiento en el pequeño patio trasero. Exhaustos.

—Te tengo una buena noticia —dijo Oliver intentando animarla—. En unos días, después de que hayas terminado con las sesiones terapéuticas podremos mudarnos de este lugar.

—¡¿Qué?! —los ojos de Ginebra se iluminaron, lucían aún más húmedos por el llanto. Era difícil ocultar la emoción de una nueva vida—. ¿A dónde iremos?

—Bueno, dejaremos el frío atrás y nos mudaremos a California.

—¡¿California?!, siempre quise vivir en la playa.

—Y lo haremos —hizo una pausa para mirar al cielo—. Gané algo de dinero extra con las clases de boxeo y sin tener que pagar las medicinas de tu... —iba a decir madre, pero no la llamaría así después de lo que había pasado unos meses atrás—, ...de Rachel —otro silencio—. Así que tuve la oportunidad de conseguir un trabajo a medio tiempo como maestro de box en un gimnasio certificado. Con prestaciones y todo lo que conlleva.

—¡¿Por fin dejaremos este lugar?! —Ginebra no podía contener la emoción.

—Así es linda —Oliver acarició su cabeza—. Ahora ve a estudiar porque mañana tienes examen.

Ginebra subió corriendo, estaba feliz. Incluso ahora su examen de matemáticas le parecía algo positivo en su vida.


Cada día desde que su madre había intentado estrangularla había sido una tortura para ella. Era una rutina; cada que salía o entraba en la casa se veía obligada a ver el remplazo de cristal roto, y estaba harta de tener trabajadores sociales y psicólogos en su casa todo el tiempo. Estaba cansada de fungir como la víctima, aunque sabía que lo era. El cambio de lugar de residencia era una oportunidad que no desaprovecharía, muy probablemente, solo necesitaba terminar con los meses de terapia obligatoria y notar una mejoría.

Déjame entrar a tus recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora