Capítulo 11 - Las decisiones correctas

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Los últimos rayos de sol golpearon la cara de Erin al salir del departamento vistiendo el mismo traje con el que se había presentado al hospital, a excepción de que esta vez se encontraba libre de vómito y suciedad. Cruzó la avenida llevando una maleta pesada que sujetaba con insistencia, y tomó un taxi.

Durante su trayecto hasta casa de Haman contabilizó los días que llevaba sin probar una gota de alcohol o ingerir alguna sustancia peligrosa: seis y contando. Su cuerpo se sentía impotente y extraño ante las sensaciones que vivía al llegar a los suburbios. Una parte de él deseaba haber tenido una infancia normal.

Sus pensamientos lo habían consumido cuando ya se encontraba frente la fachada del hogar de Haman; pagó al taxista los kilómetros recorridos más una generosa propina y bajo del auto llevando en sus manos los pantalones y la sudadera que le había prestado la semana pasada.

Tocó el timbre y espero unos pocos segundos. La puerta se abrió y detrás se encontraba Haman vistiendo un traje arrugado.

—Erin, llegas antes —dijo invitándolo a pasar.

—Tenía que entregarte las cosas de tu hijo. Gracias por lo de la última noche —dijo Erin al dejar las prendas sobre el sillón de la sala.

—Ya no tardan en llegar los demás, ¿Gustas una taza de café o té?

—No gracias, estoy bien así. ¿Necesitas ayuda con algo?

—¿Puedes acomodar las sillas?

—Claro —Erin levantaba las sillas del comedor con cuidado desplazándolas hasta la sala.

—Adivina qué —su voz comenzaba a sonar emocionada conforme las palabras avanzaban—. Logré conseguirte otra reunión para que presentes tu estudio en el hospital.

—¿De verdad? —la exaltación en sus gestos se notaba sin la necesidad de mirarlo—. ¿Para cuándo?

—Dentro de dos meses.

—¿Meses? —lo pensó dejando ir el ánimo que hace unos instantes tuvo—. Yo, volveré a California lo más pronto posible.

—Creí que te quedarías aquí un tiempo más.

—No lo sé, sólo vine a Nueva York para mostrar mi estudio. La verdad es que no es la primera vez que lo rechazan. Y sólo me quedé una semana más aquí para poder despedirme en persona, después de la reunión. – Pensó que el lugar que había estado rentando la última semana era deplorable y con poca luz, no le gustaba en lo absoluto, pero todos sus recursos económicos los estaba invirtiendo en su estudio.

—¿Qué hay de la rehabilitación?

—He estado sobrio y limpio estos últimos seis días. Creo ser capaz de continuar así —. Esperó no sonar arrogante.

—Esta bien... —titubeó—, ...no voy a detenerte de irte, pero tu cita ha quedado agendada para dentro de dos meses —dijo al darle el pequeño comprobante de la cita, escrito a nombre de Erin McGowen con una caligrafía densa—. Y este hogar y estas reuniones siempre estarán abiertas para ti.

—No tengo palabras para hacerle justicia al agradecimiento que le tengo —dijo tomando el trozó de papel y dándole una leída rápida—. ¿Hay algo que pueda hacer para compensarlo, señor Ford?

—Mantente sobrio.


El timbre sonó un par de veces y las personas comenzaron a llegar de manera gradual. Los ánimos parecían ser más emotivos que en la última reunión, todos contaban las nuevas experiencias a las que superar su adicción los había llevado. Erin decidió que no hablaría en esa reunión, pues su más grande mérito de esa semana se veía opacado por sus planes de volver a California y reformular todo lo que alguna vez planeo. Incluso lo vio como una forma de rendirse, enfocarse en cosas nuevas antes de que su estudio lo consumiera.

Déjame entrar a tus recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora