Capítulo 8 - El día que se sintió humano

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—Buenas tardes. Mi nombre es Erin McGowen, soy neurólogo titular del hospital Dignity Healt en California, egresado de la escuela de medicina en Harvard, tengo un doble doctorado en neuropsiquiatría, y me mantengo trabajando en un tercer doctorado en el área de investigación e innovación neuropsiquiátrica.

Erin de veintisiete años se encontraba frente a una mesa directiva con cinco especialistas neurólogos, dos psiquiatras, y un abogado de renombre; quienes lo observaban fijamente, preguntándose como una persona tan joven podría atribuirse tantos logros, y esperando que su indulgente personalidad no les quitara más tiempo del permitido.

Vestía un traje negro de lana, llevaba el cabello desaliñado y los ojos hundidos, producto de las últimas noches de arduo trabajo. Cargaba consigo un portafolio desordenado con decenas de hojas manchadas por café y vino, con anotaciones apenas legibles y un plan de acción que a él le parecía prudente y adecuado, pero que cualquier persona habría considerado solo un par de garabatos. Sus manos le temblaban y sentía las drogas combinadas con el alcohol recorriendo su cuerpo, incesantes, y amenazando con lanzarlo sobre el suelo.

—¿Te sientes bien? —preguntó el neurólogo de mayor edad tras notar su constate parpadeo y la energía desbordante de sus palabras. "Alcoholismo", se dijo, "tal vez drogadicción", y lo meditó unos instantes para finalizar con un diagnóstico rápido: "Alcohólico y drogadicto."

—Si, desde luego —contestó Erin sabiendo que en cualquier momento su cuerpo cedería ante los psicotrópicos y perdería la razón. Pero no dejaría ir su única oportunidad—. He venido a presentarles una hipótesis para combatir la enfermedad del Alzheimer —hubo un silencio turbio en el lugar, un par de miradas sugestivas y preguntas sin formularse. Erin dejó el portafolio sobre la mesa y sacó el primer paquete de hojas repartiéndolo a los presentes—. Permítanme explicarles, mi intención es administrar un placebo, mediante cuatro o cinco endoscopias craneales mínimamente invasivas que eviten el avance del Alzheimer, y que a su vez permitan al paciente un avance neurológico.

—Cinco endoscopias en un lapso corto de tiempo son muy riesgosas —dijo una de las neurólogas tras leer las primeras líneas.

—Si —titubeó Erin—. Bueno podrían reducirse a cuatro si los resultados son positivos.

—De acuerdo, supongamos que tus cuatro o cinco endoscopias no matan a tus pacientes. ¿Cuál es el siguiente paso? —preguntó a su vez el abogado.

—La recuperación. Aquí es dónde deberían comenzar a ver mejoras. Se les haría exámenes... —Erin hizo un breve silencio tras sentir que estaba a punto de perder el control—. ...esas cosas.

—¿Esas cosas?, ¿Podría explicarme con mayor detalle?, me temo que mi campo no es la medicina. Bueno, su parte legal, así que le pediré sea más específico con "esas cosas", doctor.

Erin sintió una pulsación fuerte en su cabeza, y sus manos comenzaban a temblar con mayor intensidad. "Sal de aquí", se dijo a sí mismo y a punto de caer salió por los corredores del hospital hasta llegar al baño de caballeros.

En la sala ejecutiva, todos los presentes se miraron confundidos, resignados y molestos. En sus mentes se encontraban las palabras "falta de profesionalismo", "no puedo confiar en un médico ebrio", "aún es muy joven, no sabe de lo que habla", más un conjunto de interrogantes respecto a su procedimiento que les sugería una única respuesta a su petición: no.

—Yo tomaré esto —dijo el neurólogo de mayor edad tras sujetar una de las copias del estudio—. Creo que nuestro joven colega no se encuentra en condiciones de presentarse hoy.

—¿Condiciones de presentarse? —decía una de las psiquiatras—. El niño se encuentra mal, si continuaba con esto solo iba a ponerse en ridículo.

Déjame entrar a tus recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora